La asiduidad con que se arregla las uñas y la melena oscura no es la misma de antes. Tampoco el modo en que se maquilla o viste al estilo de lo que publica en su blog. Mucho ha cambiado para Alina Robert desde que desfiló por algunos de los principales concursos de belleza del continente hasta la fecha.
A veces no se reconoce en las fotos de entonces, aunque su identidad permanece intacta. «Más bien consolidada», acota la exitosa cubana. Se le nota más cómoda, confiada, viviendo el sueño americano como quiere.
Cuando Alina dejó Cuba aún no era actriz y «casi sin verlo venir» Estados Unidos —adonde llegó hace más de diez años después de cruzar la frontera mexicana— devino espacio perfecto para explotar sus dotes artísticas.
De varias maneras añoró y disfrutó siempre la actuación, que «ha sido una alegría». Le entusiasma recordar cómo le fascinaban desde niña los escenarios y gozaba trabajar en obras infantiles.
Finalista del reality show Nuestra Belleza Latina en 2014, sabe que al paso por un certamen así no le faltan tragos amargos. Sin embargo, fue su aparición allí lo que le abrió la puerta ancha del mundo del entretenimiento. Reconoce que «esos concursos son siempre difíciles y que lo peor es sentir competencia y sumergirte en ella porque eso te hace buscar un modo de destacar. Lo mejor para mí fue entender cómo moldear esa tensión y convertirla en superación y energía positiva. Siempre me propuse aprender de ellos y me han enseñado mucho de la mujer, de sus anhelos y de la unión entre nosotras».
Aquel empujón (más cientos de horas de preparación y sacrificio) la colocó en los planos estelares de la televisión hispana como actriz y presentadora. Después de ejercer como coanfitriona de Sábado gigante junto a Don Francisco, vendría un acercamiento más serio al teatro e incluso al cine anglosajón y, con él, una Alina más observadora.
De cada medio de expresión que ha explorado conserva algo preciado. El teatro se ha vuelto su casa. «Es un refugio para mí, mi templo». Del cine se queda con la verdad, una profundidad inigualable y su perpetuidad. De la televisión, la masividad que conecta con una audiencia inalcanzable.
Una vez que maduró escogió ser una mujer «que siente con el corazón y usa la mente solo en caso necesario porque el corazón siempre te lleva por el camino que sabes que te dará felicidad».
Comprende bastante el carácter humano, pero prefiere no juzgarlo. No se fía de apariencias, sino de la vibra que la atrapa o no al conversar con alguien. «Es la primera energía que emana la que me cautiva», afirma Alina, también practicante de kickboxing.
Le pregunto si considera que la belleza física ha sido determinante en su carrera. «No, en lo absoluto. He trabajado y estudiado mucho. Me he desdoblado en diversos personajes en los cuales la caracterización ha sido la piedra angular. Recuerdo haber interpretado a una anciana beata en La verdadera historia de Pedro Navaja, y una paciente esquizofrénica en un sanatorio en la obra Shakespeare in Madness, en las que la apariencia era lo más alejado a los cánones de belleza a los que estamos acostumbrados. Me regocijó hacer esos papeles».
La enciclopedia de versatilidad y constancia que es Meryl Streep, el realismo mágico de Isabel Allende (a cuyos libros siempre vuelve) y las clases de humanidad de su madre son los referentes femeninos más cercanos de esta joven audaz.
No le viene a la cabeza algo que una mujer no pueda hacer porque las normas sociales establezcan que es exclusivo de hombres. «Al menos no en la sociedad en la que vivo actualmente», confiesa. Siente que no tiene impedimentos como mujer, más allá de hacer algún que otro peso grande. «Somos plenamente capaces y sin limitaciones, exceptuando las físicas».
El patrón de todo lo que puede hacer una mujer lo aprendió de su «espectacular» madre ingeniera. Desde pequeña la veía «midiendo, clavando y cargando». Trabajaba diariamente entre hombres, tomando decisiones y resolviendo problemas. Crió a Alina con grandes dosis de pragmatismo y comunicación y ha sido su mejor amiga desde que tiene uso de razón. Ni siquiera la distancia las ha separado: «Siempre ha estado pendiente de mí. Es la encargada de mantener a la familia unida. Regreso a ella con una llamada y al momento me siento protegida, nivelada, querida».
Alina nunca se ha sentido discriminada, pero resalta que tiene que ver con cómo responde ante la acción de alguien. «Bien se dice que nadie puede hacerte sentir inferior a menos que tú lo permitas. En todo caso, pobres ellos de alma y de valores por pensar así».
Está convencida de que el body positivity, el me too y otros movimientos feministas demuestran que «la mujer ha sido silenciada por muchos años a lo largo de la historia y que es tiempo de dejar saber que somos plenas y totalmente capaces, que la represión y el machismo hacia nuestro género han quedado obsoletos y todos tenemos la necesidad de entender la diferencia. Debemos educarnos en valores nuevos y llevar a nuestras nuevas generaciones por el camino de la aceptación, el respeto y la compasión».
Orgullosa de ser latina, a Alina la cautiva «nuestra sazón». Le encanta «nuestro ritmo, nuestra alegría y nuestro color de piel». Radicada en Miami, echa de menos las noches de La Habana. Quisiera visitar a sus amigas sin avisarles que llegó. «Solo tocar a sus puertas y entrar». A sus 34 años también desea enseñarles valores a los hijos que tendrá. «De respeto, compasión, modales y astucia de la vida».