Cada vez llegan más historias gay a los programas dramatizados cubanos.
Excelente. Habla de la Cuba inclusiva, moderna y desprejuiciada que se pretende en el siglo xxi, pero todavía no llegan los influjos de un Miguel Ángel, en cuyas escenas del juicio final pintadas hace casi cinco siglos para la Capilla Sixtina del Vaticano aparecen rudos hombres abrazados en un beso.
El erotismo parece estar secuestrado de los relatos sobre relaciones homosexuales en las pantallas chicas de la isla.
Cualquier asomo es tomado con pinzas vergonzantes o queda fuera hasta de las sugerencias y se erige, en la mayoría de las ocasiones, como una línea roja.
Excluida la carne, los personajes se afofan por déficit de humanidad. El pudor, en este caso, se vuelve insolente. Ofende. Su extensión a la propia condición homosexual es inevitable. Segunda ofensa.
En febrero pasado, la Televisión Cubana extirpó la escena de un beso entre dos chicos en el filme estadounidense Love, Simon, que pasaba en el espacio Pensando en 3D, dedicado a las audiencias juveniles en las tardes sabatinas.
Las redes explotaron. Hubo durísimos reproches y también voces a favor de la censura. Finalmente, el canal se disculpó y reprogramó la cinta en su versión original.
“Representar un beso, un simple beso, fue descartado desde la primera propuesta”, dice la escritora Olga Montes.
Autora de una apreciada colección de libros en el campo de la literatura infantil y juvenil, Olga Montes (Artemisa, 1973) se refiere al guion de Luna mía, un teleplay escrito por ella sobre el tortuoso romance entre dos chicas de bachillerato que pasó este verano por el canal Cubavisión en la serie Una calle, mil caminos.
“Sabía que la propuesta podría resultar osada”, cuenta a Matria, vía correo electrónico, la escritora, quien se enfrentaba a una experiencia televisiva sin antecedentes y muchas suspicacias.
“Hasta donde sé, las veces que se había mostrado la homosexualidad en el audiovisual cubano, siempre fue representada por personajes masculinos o a través de mujeres adultas”.
Después de que a principios de los noventa la película Fresa y Chocolate (1993) abriera una brecha para colocar la homosexualidad y sus entornos represivos en la discusión social —institucional y civil—, el tema ha ido colándose por las gruesas paredes del entramado mediático cubano.
En el cine siguieron los pasos de la pionera de Gutiérrez Alea las películas Chamaco (2010), Verde verde (2012), Vestido de novia (2014), Fátima o el Parque de la Fraternidad (2015) y, más recientemente, ¿Por qué lloran mis amigas? (2018) e Insumisas (2018).
Otro tanto ha ocurrido en la televisión. La otra cara (2000), Aquí estamos (2010), Bajo el mismo sol (2011), series y telenovelas en las cuales la homosexualidad femenina —diseñada por hombres— muchas veces “proyecta estereotipos”, indica la narradora que posee varios premios literarios en Cuba y el extranjero.
Pese a muy contadas excepciones, “las mujeres lesbianas no suelen ser protagonistas en el audiovisual cubano. Menos aún si son jóvenes adolescentes que empiezan a construir su identidad sexual”, observa Montes.
Más allá de la prohibición del beso de las chicas en pantalla, “la propuesta fue muy bien acogida desde el primer momento que la presenté en el grupo de juveniles del ICRT. No creo que haya existido ningún pero”, reconoce la escritora.
¿Dónde hay que buscar el origen de Luna mía? ¿Se trata de un relato suyo o lo escribió expresamente para la televisión?
Existen antecedentes en mi obra literaria en los cuales mujeres lesbianas también son protagonistas y se pueden encontrar en los libros de cuentos Galería de sombras (2012) y Desnuda frente al espejo (2018) —ambos publicados por la Editorial Unicornio—, pero son diferentes las historias que se narran y quizá también desde otras miradas.
¿Qué verdades se propuso que fueran detectadas en su relato televisivo?
Pretendía visibilizar las complejidades a las que tienen que enfrentarse dos muchachas que se enamoran y luchan por defender su derecho a amarse en libertad: amistades, familia, sus propios prejuicios, que son el resultado de una educación desarrollada en una sociedad que, a pesar de todas las buenas intenciones, todavía responde a un sistema patriarcal y heterosexista, en el cual persisten la homofobia y la intolerancia.
Quise resaltar el proceso de salida del armario de dos adolescentes, en esa etapa tan compleja de la vida en la que se está construyendo la propia identidad y en la que todo puede resultar mucho más confuso y, por ende, difícil y hasta devastador.
En el caso de la homosexualidad femenina, la hostilidad social empuña un doble estándar de discriminación…
Por supuesto… La mujer lesbiana ha tenido que sobreponerse por su condición de mujer y, además, por atreverse a amar a una persona de su mismo sexo.
Algunos televidentes aprecian en Luna mía falta de erotismo y mucho platonismo. Y aquí volvemos a la frontera del beso… ¿Una cosa fue lo que vimos y otra lo que Ud. escribió? ¿Existieron procesos de negociación entre autora y directora y más allá de ambas?
De la propuesta del argumento inicial al producto terminado hubo cambios y, sí, también negociaciones entre su directora, Mariela López, y yo; pero la esencia de la historia se mantuvo siempre.
El cine quizá es mucho más permisivo que la televisión en cuanto a representar escenas eróticas y Luna mía fue concebida para esta última. Había que centrarse en el público y el horario al que iba dirigido, pero además la intención era contar cómo dos muchachas adolescentes se enamoran cuando recién comienzan a descubrir sus inclinaciones sexuales.
El tiempo que media entre la aparición de este ambiguo sentimiento de atracción entre ellas y la plena conciencia de lo que significaba para ambas no tenía que ir acompañado ni precedido por la realización de prácticas sexuales explícitas ni creímos necesario regodearnos en la construcción de escenas más eróticas.
La representación de relaciones homosexuales en los medios audiovisuales todavía causa polémica en la Cuba de estos tiempos, se muestren, se oculten o se representen con una dosis de oportuna moderación.
Puedo asumir que escribir o adaptar un relato para la televisión en torno a las relaciones homosexuales en la Cuba contemporánea es un ejercicio que coloca al autor en no pocas disyuntivas: transgresión o contención, es una de ellas y la dialéctica narrativa que se puede derivar de esos contrarios. ¿Cuáles fueron los dilemas en su caso?
Hago lo posible por no autocensurarme cuando escribo, aunque entiendo que la literatura es más libre en cuanto a tratar estos temas. La televisión es diferente, porque no depende solamente de una visión personal, sino que involucra a todo un colectivo.
Si la televisión ignora la existencia de ciertas personas, sean heterosexuales u homosexuales —hombres gays o mujeres lesbianas, por ejemplo—, está ejerciendo contra ellos lo que se entiende como violencia simbólica.
Esta ausencia de símbolos, modelos o referencias, daña psicológicamente a los seres humanos, que no encuentran un modelo referencial en el cual reconocerse, aunque aparentemente no exista un rechazo directo hacia ellas/os. La televisión y la sociedad se cimientan una a la otra.
Cuando escribo y construyo una historia, ya sea para el medio audiovisual o el literario, intento ser consecuente con mis convicciones, reflejar mi punto de vista. Si es necesario, adopto una actitud transgresora para que la historia consiga llegar a la gente, conmover, hacer pensar.
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En Luna Mía, las adolescentes enamoradas sufren el rechazo, el descreimiento y hasta el escarnio en sus universos interactivos. Desde la familia, en una de ellas, hasta sus propios compañeros de clase, un grupo social en el que las hormonas suelen llevarse por delante a la tradición.
“Si se continúan transmitiendo conceptos heterosexistas a las nuevas generaciones, estas seguirán respondiendo como tú bien dices”, concede Olga Montes.
Para la escritora, el lesbianismo sufre del desprecio heteronormativo —“no se admite como algo serio”— y ha sido sometido a una mercantilización dentro de la industria del porno. “Una fantasía sexual exclusiva para el disfrute de los hombres”, define.
Si se mira por el retrovisor de la historia, hace tal vez diez años un relato como Luna mía hubiera encontrado algunas puertas cerradas en los pasillos del ICRT. Ahora la sensibilidad sobre tales asuntos de la sexualidad está más abierta a las opciones de representación y debate.
Sin embargo, una Cuba de arcoíris, aunque posible, todavía está saliendo del clóset. En ralentí.
En el férvido rechazo por amplios sectores, confesionales y no, al matrimonio igualitario o a un actualizado Código de Familias, algunos estudiosos advierten una fuerza conservadora capaz de torcer agendas institucionales y que planta cara a la evolución de la justicia y a los reacomodos de la moral pública.
Aunque para Olga Montes los avances son reconocibles en Cuba, aún van a la zaga de las sociedades más inclusivas. “En muchas partes del mundo hace bastante tiempo que el matrimonio igualitario ha sido aceptado, es ley… La sociedad cubana sigue siendo bastante patriarcal y heterosexista y lo hemos podido comprobar recientemente cuando se planteó validar el matrimonio igualitario.
En el plano personal, llegó a sorprenderme la intolerancia que adoptaron muchos/as conocidos/as ante la propuesta”.
Hace más de medio siglo que una de las grandes feministas de la historia, la francesa Simone de Beauvoir, lanzó la ingeniosa frase que condensa la dominación del patriarcado: “El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”.
Es un sumario que Olga Montes no enmienda, pero sí amplía. “El problema de la mujer es un problema de mujeres que no luchan por defender sus derechos y esperan que sean los hombres quienes resuelvan sus problemas. El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres y mujeres machistas”.
Después de su paso por la televisión, Luna mía podría nacer al mundo libresco como novela bajo el título “Jugamos a skparnos lejos? 😊”, narrada mediante mensajes de texto y latente en un disco duro en espera de mejores tiempos.
“Confío aparezca alguna editorial interesada en publicarla y consiga salir a la luz”, dice Montes con optimismo.