No, Maradona no fue feminista, ni siquiera inconscientemente.
El 25 de noviembre, cuando murió, muchos, encima del dolor, debieron explicar su porqué para dolerse. El cuerpo del astro no había sido aún velado cuando en las redes sociales ya lo despedazaban en “simpatizante del comunismo”, “drogadicto”, “macho horrendo” y “D10S”…
Argentina asistió en menos de 48 horas a una intensa polémica online, fundamentalmente entre mujeres, en la cual se debatía la legitimidad de celebrar su vida y lamentar su muerte. Hubo quien se sacó de abajo de la manga teorías de por qué Maradona era feminista pero no lo sabía, al argüir que toda rebeldía es en fin feminista y que el espíritu de equipo es un principio de colectividad y solidaridad que el movimiento feminista abraza y practica… o que más bien no tuvo tiempo de llegar a ser feminista pero es casi como si lo hubiera sido…, ergo, quedaba habilitado el duelo.
Otras directamente pidieron una especie de receso de su militancia y que no les sacaran en este momento “la vara del feministómetro o el socialistrómetro para (medirles) la coherencia a ver quién la tiene más larga”.
“No nos enrostren las miserias del tipo desde el altar hipócrita del libre pecado del que ni uno solo de nosotros podría arrojar la primera piedra”, escribe Adriana Esposto en Sudestada.
En la cultura de la cancelación por lo general se descarta separar al ser humano del ser público; relativizar; atender a condiciones de clase y racialidad; flexibilizar el juicio en función del contexto y la época; comparar con expresiones estructurales del machismo frente a las que un caso individual prácticamente se diluye; afirmar que también los hombres son víctimas del patriarcado; establecer escalas de violencia donde determinados abusos palidecen al lado de figuras como la violación o el feminicidio; atender a lo que une, más que a lo que diferencia; considerar las faltas como “contradicciones”, “imperfecciones como las nuestras”…
Existe toda una serie de consideraciones que, como norma, permanecen fuera de la mesa cuando se somete a escrutinio moral a una figura, y que ahora muchas feministas han practicado o pedido permiso para practicar. El movimiento se encontró de cara a una prueba de fuego: el ídolo es también el abusador. Y, como en este caso, no se trata de un amor cualquiera sino del artista del pueblo, “el Diego de la gente”, querido, adorado, enaltecido… entrañable.
Si nada emocional interviene, si se trata de alguien que vivió hace mucho tiempo o que vivió muy lejos, o trabaja a la sombra, donde su rostro no es reflejo, promesa ni refugio de nadie y menos aún de una multitud, rechazar es menos difícil; muere Maradona y resulta que hay muchas feministas que no lo quieren –no lo pueden– juzgar con los mismos criterios y el mismo estándar que normalmente juzgan.
En efecto, enaltecer a un hombre que no reconoció a varios hijos y fue acusado de maltratador y de tener sexo con menores de edad, evidentemente rompe con el canon del activismo. Hubo quien fue más allá y afirmó que de hecho el feminismo debería criticar cualquier idolatría, y a la industria cultural y el neoliberalismo que convierten el fútbol en un espectáculo lucrativo y del cual Diego Maradona sería un producto más.
Hace mucho el punto ha dejado de ser si era legítimo o no celebrar la vida de Maradona específicamente o de cualquiera como él dentro o fuera de Argentina, sino qué vamos a hacer como sociedades cada vez que un ídolo incumpla los estándares de corrección vigentes.
“¿Quiénes somos para juzgar el dolor? ¿Quiénes para patrullar las lágrimas? (…) La revolución que necesita el fútbol –y el mundo– no se hará cancelando a quien le dio tanta alegría al pueblo”, publicó Cosecha Roja, enarbolando así una humildad que no es norma en este tipo de debates sobre ídolos derribados. Entonces, era duro pero cierto: no existe un criterio único y definitivo, atemporal, independiente de las circunstancias. No estamos dispuestos a aplicar los mismos filtros al margen de quién se trate.
El feminismo no puede ser un campo minado, una expectativa de corrección imposible de satisfacer, en el cual está permitido sentir solo determinadas cosas, admirar a determinadas personas y no a otras, so pena de ser señalada como insuficientemente deconstruida. ¿Hasta dónde es saludable que llegue el desmontaje? ¿Cuánto se puede dejar de ser sin quedarse en un vacío de pureza militante?
No podemos quedar encerradas entre un orden de dominación y un movimiento que exige en lugar de apoyar, incluir, ser ecuménico, aceptar…, relajarse. El feminismo debería además procurar “no borrar nuestro pasado, nuestra crianza, y nuestras pasiones”, dijeron en Marcha.
Quedó demostrado que la lógica de la cancelación y del revisionismo moral no se sostienen de manera aislada; y no porque haya machismos más o menos aceptables: lo que hay es un mundo complicado y revuelto lleno de personas complejas que no siempre se pueden encasillar de un plumazo. Esa tabula rasa no siempre está a la mano.