Cuando la campeona centroamericana de Clavado Barranquilla 2018 no está en las piscinas, está en casa; donde ahora se mantiene en forma, como puede, siendo creativa. Anisley García Navarro es tímida en sus gestos y su voz; pero es la misma que vemos en televisión saltando al agua desde 10 metros de altura.
Si no hubiera sido por la pandemia que retrasó Tokio 2020, Anisley, a sus 18 años y una vez superados los preolímpicos, quizás habría cumplido el deseo de ir a unas Olimpiadas y luego tatuarse los cinco aros para recordar el hito.
“Ese es mi mayor sueño. Ese y estar entre las quince mejores clavadistas del mundo. Me recuerdo con dos añitos viendo las Olimpiadas de 2004, y con seis, dormir en la sala de mi casa para ver completos los Juegos de Pekín 2008 que se transmitían de noche por la diferencia de horario”, recuerda.
Cuando se habla de Anisley a veces no se menciona su nombre sino su apodo, la Tuti. Cuenta que cuando era una bebé se lo puso María Elena Carmuza, quien sería su primera entrenadora.
“Les ponía sobrenombres a todos sus niños; de ahí nació el mío. Me comenzó a llamar así antes de ser mi profesora porque yo siempre estaba en la Ciudad Deportiva y en los entrenamientos de mi hermana. Además, ella es muy cercana a la familia”. Anisley la considera su segunda madre.
La Tuti perdió su niñez en el clavado. Así lo recuerda. Para ella no podía existir margen de error. Hilda, su mamá, también lo cree. No tenía tiempo de jugar, ir al cine, a un parque…
Ahora tampoco le alcanzan las horas para eso; y cuando viaja a competencias internacionales solo piensa en entrenar, más si el evento es grande, porque tiene que participar en el clavado categorías de adulto y juvenil; de modo que debe hacer unas siete u ocho apariciones, cuando otros participantes hacen solo tres o cuatro.
“Antes lloraba y lloraba diciendo que no tenía derecho a nada, que no podía salir y que siempre tenía que acostarse temprano. Ya no lo hace, es más madura; pero igual la tensión es grande”, dice su seguidora número uno: su mamá. Ahora divide su tiempo entre los entrenamientos y su tercer y último año de técnico medio en la Escuela para Profesores de Educación Física. En sus vacaciones y los fines de semana lo que prefiere hacer es ver series y películas con su novio.
Anisley comenzó en el clavado con cuatro años. No sabía leer todavía y se estaba tirando a la alberca.
Veía los entrenamientos de clavado de su hermana Yanisleidys y quería imitarla, pero era muy pequeña, no la dejaban… hasta un día. Carmuza la dejó demostrar lo que sabía, y la sorpresa fue inmensa: Anisley había aprendido cada movimiento solo con mirar. Eso sí, temía a las alturas y no sabía nadar. Después del salto, en el agua, le alcanzaban una vara para que se asiera a ella y alcanzara la escalerilla.
Sus hermanas son deportistas, hoy ambas entrenadoras, una de clavado y otra de levantamiento de pesas. Las tres crecieron en la Ciudad Deportiva donde Hilda, su madre, trabaja hace más de treinta años.
En casa de Hilda todo gira en torno al deporte y hasta parece que no hubiera más señal que la de Tele Rebelde. En la puerta, unas pegatinas avisan que ahí vive una deportista de Centroamericanos y Panamericanos. En una pared en la sala cuelgan diplomas, fotos y recortes de periódico dedicados a Anisley. Por supuesto, están las medallas, que comparten espacio con los logros de sus otras dos hijas.
Viven en un pasillo donde hay varios apartamentos, cerca de Infanta y Carlos III. El suyo tiene solo un dormitorio para las cinco mujeres de la casa, pues también la abuela vive ahí; un techo de tejas de fibrocemento; una cortina para no invadir la privacidad del baño y una cocina sencilla. Hace poco tienen teléfono; antes usaban el de un vecino o alguna cabina pública.
Anisley opina que estos problemas superan las posibilidades del Inder: “Creo que hacen todo su esfuerzo, al menos hasta donde pueden. Ellos no trabajan en Etecsa para ponerme el teléfono, o en vivienda para darme una o reparar esta”. Hilda tiene otra opinión: “Me han llamado para ver algunas casas, pero en zonas apartadas o derrumbándose. De ser así, yo prefiero estar aquí. Hace tiempo me dijeron que el caso había pasado al Gobierno provincial, pero nada, ninguna respuesta. Así llevamos casi dos años”.
Hilda es todo para Anisley. Su padre no vive lejos; no en el mapa.
La campeona de clavado mira fijo a los ojos. Habla tan bajo a veces que la grabadora apenas registra un murmullo, pero tiene un carácter fuerte que la hace aparentar mayor, “una vieja mentalmente”, dice su mamá medio en broma.
En una competencia, si siente que está en desventaja se desespera, a veces llora. Se somete a una presión fuerte. No se ha acostumbrado a que quedaron atrás los eventos escolares y compite contra el mundo, contra las mejores de otros países.
“Creo que yo pudiera haber hecho un poco más, pero mi falta de concentración, incluso, de confianza en mí misma, me han frenado. Tal vez, con uno o dos detallitos hubiese ido a una Olimpiada y sería un poquito más conocida. Esto último influye mucho a la hora de las calificaciones”, dice.
Cuando Anisley, con 16 años, ganó los Juegos Centroamericanos de Barranquilla 2018, hacía doce años que Cuba no ganaba una medalla en clavado y veinticinco de que el mérito no lo lograba una mujer.
“Antes de esa competencia yo sentía los nervios como algo normal, pero después la presión fue mucho mayor. Si voy a unos juegos juveniles me señalan que soy campeona de juegos de mayores. Si voy a un mundial, me recuerdan que soy la mejor del femenino en Cuba y que, por tanto, tengo que coger medalla”, cuenta.
“Siempre la Tuti tiene que salir bien, tiene que destacar; tiene, tiene y tiene… Es mejor sorprender, a que te pronostiquen algo y no lo cumplas. Ahora me toca, pero no me gusta”.
Ella dice que es atea, pero de vez en cuando le enciende una vela a San Lázaro y le pide que todo le vaya bien. Por si acaso, tampoco le gusta cambiar su trusa o su gamuza antes de un evento después de haber entrenado con ellas mucho tiempo. No suele escuchar música entre un salto y otro ni se interesa por las cámaras ni las miradas sobre su ejercicio.
—¿Ves las grabaciones de tus saltos?
—No, no me gusta.
—¿Ni para corregirte?
—Que me corrija mi profesor.
Su vida es un reto constante y no puede concebirla de otra forma, en otro lugar, lejos del deporte, de las piscinas y de la plataforma. Anisley afirma que todo el sacrificio hecho hasta ahora, los días sin juguetes y sin acostarse tarde, vale la pena. Es una certeza para ella y lo repite muchas veces: “Si no te esfuerzas, no triunfas”.