Jennifer Rodríguez emigró de Cuba en 2015. Sus padres decidieron emigrar en familia. «Había muchas puertas que se cerraban en La Habana, como continúa siendo actualmente. Yo me sentía incómoda porque me la pasaba de fiesta, pero el dinero siempre me lo daban ellos. Aunque yo sí trabajaba: estaba en tres obras de teatro a la vez». Sin pensarlo demasiado, agarró algunos libros, su cámara y los papelitos que le habían escrito sus amigos. Y fotos. Muchas fotos.
En Miami los acogieron familiares y amistades. «Eso es muy necesario». No obstante, sabía que la parte profesional sería dura para una graduada de la Escuela Nacional de Arte (ENA) y el Instituto Superior de Arte (ISA). «Antes de irme de Cuba me decían: “Miami es el cementerio de los artistas. Allá no podrás vivir de eso. Tenlo claro pa que no te fundas”. Eso me hizo pensar que no importara lo que yo hiciera, yo iba a continuar siendo artista, porque estaba en mi sangre, pudiese actuar o no».
A pocos días la llamaron para un casting. Lo aprobó y comenzó a ensayar, pero al final no se realizó el proyecto. Luego, un amigo la contactó para hacer un monólogo de Eugene O’Neill. Lo montaron en dos semanas. Estaba nerviosa como nunca antes porque Estados Unidos es un país de oportunidades misteriosas y ella vio en esa invitación el espacio para insertarse como una artista inmigrante recién llegada al «cementerio de los artistas».
A partir de ese momento no paró de actuar. Hizo microteatro, una modalidad que no conocía. Son obras de quince minutos que se presentan en contenedores. La presentación se repite, aproximadamente, nueve veces por noche. Se descansa entre cinco y diez minutos entre cada función.
«Es un entrenamiento maravilloso para cualquier actor —dice Jennifer. Al final, durante el primer año que estuve en Miami yo actué más que todo lo que había actuado en Cuba». Aprendió que allá las obras no se mantienen en escena mucho tiempo. Cuando más, por un mes. También aprendió que un actor, igual que se fragmenta en escena, se fragmenta en la vida.
«Ser actriz en Miami —¡¿cómo te explico?!— es recontra difícil. Pero se puede lograr si te empeñas. Extraño el teatro de Cuba; el compromiso y el sentido de pertenencia son diferentes. Hay obras que hice allá que atesoro; la pasión de volcarse completamente tanto en la producción como en el vestuario y el maquillaje, solo la da el tiempo invertido en una obra. En Cuba las vicisitudes para conseguir cualquier cosa hacen que te entregues más. Por otro lado, el mundo actualmente no permite que te concentres en una sola cosa. Vivir del arte es difícil: hay cuentas altísimas que pagar mensualmente. A no ser que sea una producción muy grande, difícilmente el salario alcance para pagar todo. Yo he trabajado repartiendo periódicos, en restaurantes, en lo que sea…». Por eso en Miami se estila comenzar a ensayar a las doce de la noche, precisamente para no coincidir con el horario de otros trabajos. Así se saca el dinero para vivir, y para mantener a los hijos si llegan, como fue el caso de Jennifer.
Dice que ser madre es lo más especial que le ha pasado. Sabe que es un cliché, pero igual lo comenta llena de emoción. «Como te digo esto, te digo que me molestan muchísimo las personas que en su lenguaje imponen la maternidad. Es irrespetuoso. Esa es una decisión que se debe tomar solo si se desea. De ser así, puede ser una experiencia maravillosa. Pero si no, también es una forma de vivir, totalmente diferente pero igual de espectacular».
Algo que también ha influido en su manera de entender la maternidad es haber tenido a sus niños con alguien a quien ama y admira como actor. «Es lindo que sean fruto de algo tan grande». Aun así, reconoce que es agotador: «Mis niños son muy buenos, pero igual son niños. Y los niños necesitan mucha dedicación».
Cuando nació Luka, ella trabajaba de madrugada y Héctor Medina, su esposo, estaba haciendo una novela en Telemundo. «Me dijo que no sacrificara mi salud en ese momento cuando él podía asumir los gastos. De eso se trata trabajar en pareja. Incluso, cuando nació la niña, las veces que rodábamos los dos juntos, nos llevamos a los bebés al set. También vivimos con mis padres que son maravillosos y, gracias a ellos, ambos hemos podido actuar. Ellos han sido los encargados de cuidarlos en las noches. Por supuesto, hay proyectos que llegaron y no pude hacer por mi condición de madre, pero no me arrepiento de nada porque estos niños me cambian la vida todo el tiempo».
Con el padre de sus hijos se reencontró cuando ella se iba de Cuba. Antes habían sido novios, pero terminaron la relación porque eran demasiado jóvenes y estaban «viviendo una vida de adultos que no corresponde cuando uno tiene diecinueve años. Fue mi primera experiencia sexual; fue significativo para nosotros y creó una conexión interesante que se mantiene hasta hoy».
Ser pareja de un actor puede ser complicado, dice. «A mí no me da igual que se bese con otra persona, ni viceversa. Son escenas incómodas, pero es nuestro trabajo y ambos lo respetamos. También nos aconsejamos mucho porque estudiamos juntos desde la ENA; nos hemos visto crecer. Como artistas y padres nos hemos alternado muy bien. Tenemos el mismo nivel de compromiso con la crianza».
Ahora Jennifer trabaja como productora y Héctor cuida a sus hijos. También imparte clases en una academia para niños. Cuando estaba embarazada de Laia, Alexis Valdés y Claudia Valdés la llamaron para asistir en la dirección de Oficialmente gay en su tercera edición. Ella nunca había hecho algo así, pero como todo su en vida, lo asumió con ímpetu.
Luego, Alexis Valdés comenzó a tener un show en Mega TV y la contactó para que fuera parte del equipo de producción. Trabajó mucho y se sentía comprometida con él, a quien admira por su creatividad. Tenían un contrato de un año, todo iba bien… Y llegó la pandemia.
«Me quedé sin trabajo».
Pero, después de una temporada difícil, ha vuelto a trabajar con Alexis y Claudia como asistente en sus proyectos. También tiene espacio en Mega TV. Acaba de terminar un cortometraje junto a Alberto Pujol y Amarilis Núñez, con fotografía de Alejandro Pérez. «Me gustaría seguir en la producción, y también actuar. Ya he hecho dirección de casting; también soy agente de actores».
Actriz cubana fuera de Cuba: «hay muchas cosas que extraño de ser actriz allá. El nivel de entrega, como decía, es diferente. Pero ser una actriz cubana fuera de Cuba es ser valiente, arriesgada. Me encantaría poder actuar en Cuba, pero prefiero ser una actriz cubana fuera de Cuba».
Jennifer no siente que Miami sea su lugar, aunque agradece todo lo que le ha pasado allá. Pero tampoco siente que sea parte de La Habana actual: la suya, la que se llevó en fotos, ya no existe. Aquella que le parecía exquisita lentamente desaparece. La percibe más triste, más oscura, deteriorada. Igual le pasa con la gente: «Los amigos de allá están buscando la manera de salir. Los que no quieren, es porque no esperan nada. Yo me sigo sintiendo muy cubana; a mis hijos les trasmito mucho de la cultura cubana con la que yo crecí y espero que tengan tanto amor por sus raíces como me ocurre a mí. Les leo a Martí, escuchan Teresita Fernández… pero no extraño la Cuba de hoy. Esa no la conozco».