El Código de Familias es el proceso político-legal más interesante que tenemos a la vista en Cuba. La convocatoria a un debate popular que concluirá con un referéndum, las campañas de bien público sobre el tema, el rebrote de antagonismos vividos en torno al artículo 68 del proyecto de ley dan cuenta de parte de la trascendencia de este asunto.
Aún falta tener en la mano la propuesta, leerla y poder tomar una posición concreta sobre los asuntos que trata. Al parecer, tendremos un documento integrador que da salida y protección legal a figuras y roles diversos al interior de las familias cubanas. El propio hecho de referirlas en plural es un paso significativo.
El Código de Familias viene, en buena ley, a hacer justicia, a reconocer realidades, a abrazar bajo el manto de derechos relaciones de convivencia que, aun existentes, están hoy fuera de ese amparo.
La paternidad es uno de los asuntos sobre el que se prevé ajustes en el documento. Sobre este particular, he conversado con hombres que desempeñan este importante rol social desde diferentes biografías. En sus planteamientos me resulta interesante cómo la ley, las normas, los códigos o como se quiera llamar, traducen al mundo del derecho constituido la cotidianidad de la vida, las relaciones y los afectos.
Desde esa lógica, comparto en este espacio una breve conversación, con apenas dos preguntas, que tuve con un amigo, Roque, padre en toda singularidad, sobre los bordes legales y afectivos que deben abrazar a la paternidad en el nuevo Código de Familias.
¿Qué desafíos y gratitudes ha tenido tu experiencia de paternidad?
Hay un primer desafío y es el hecho de no ser padre biológico, ni poder serlo; lo cual supone una barrera mental a la hora de pensar en posibles escenarios de paternidad porque hay un punto de tu vida en el cual no cuentas con esa posibilidad, siquiera teórica.
Está luego el desafío de la edad de los niños cuando te «hacen» padre biográfico. El padre biológico lo tiene desde el nacimiento; el biográfico es a partir de un momento de la vida del niño o la niña, lo cual puede ser complicado.
En mi caso, mis hijos tenían 9 años cuando los conocí, por lo cual eran tan niños como para vivir la alegría de un nuevo «amiguito», y tan mayores como para rechazar/aprobar al nuevo compañero de su madre. En definitiva, fue casi una edad de «equilibrio», porque me permitió disfrutar y sufrir su crecimiento, justo antes de la llegada de la adolescencia, tan compleja.
Otro desafío es el del extraño que tiene que ganarse su lugar. Es innegable. Uno llega, nueve años después, y tiene que comenzar a ganarse el cariño y el respeto que no son automáticos y se vive con el miedo (en algún punto superado) de que un día te espeten: «¡tú no eres mi papá!». Es un miedo legítimo, pero que se desvanece en el tiempo (no de manera natural, hay que lucharlo, hay que trabajarlo), aunque no te llamen «papá», porque en la cotidianidad sabes que un día, de pronto, tienes ese lugar.
Habría que adicionar el desafío del género. Te hacen padre de dos varones, los cuales —en correspondencia con tu modo de pensar y concebir el mundo— quieres que sean «hombres emancipados», pero no puedes dejar de arrastrar el peso de tradiciones machistas en la educación. Quieres que ellos sean mejores que tú en ese aspecto, que sean capaces de expresar afectos, emociones, sin los mismos problemas por los cuales pasaste.
Eso es más fácil decirlo que hacerlo. Ver, no obstante, los resultados, ha sido un desafío y un regalo. Ello es aplicable a la educación en general. Quieres educar en una felicidad y libertad que nunca tuviste y eso lo pagas en el camino.
Quieres que sean una versión mejorada de ti mismo —sí, es así, uno quiere que sean una versión mejorada de lo que uno ha sido— y es duro reconocer los errores, demostrar tus debilidades y lados oscuros. Uno aspira a protegerlos de esa versión, o de esas versiones de uno mismo, pero es imposible; es parte de la vida y de la paternidad.
Tienes el desafío del paternalismo, del cual no te salva nada. Quieres que no sufran lo que tú, que no pasen tus trabajos, y cometes errores.
Está el no menos importante desafío de tu «compadre», el padre biológico de los niños. Si fuera un «padre ausente» sería más fácil; lo complejo y desafiante es compartir esa paternidad sabiendo cuáles son los roles que te tocan, conversarlos, consensuarlos con quien está presente ¡por suerte! y es muy importante para tus hijos.
Cuando te convences de que no se trata de una competencia por ocupar lugares «vacíos» (la hora de la tarea, la comida, la escuela, la «conversación», entre otras), sino de llenar lo que puedes de esos espacios, porque hay otro padre junto contigo, es mucho más sano y fácil.
Y la madre… La madre es la madre y creo que está la tensión presente de si serás lo suficientemente bueno para sus hijos, o, como este caso, si podrás estar a su altura cuando es una madre fuera de serie.
Gratitudes como padre he vivido muchas, quizá la más importante es el propio hecho de serlo cuando no lo pensaba y ser reconocido así por ellos.
¿Qué no debería faltar en el nuevo Código de Familias al respecto de la paternidad?
Reconocimiento de la paternidad biográfica, no excluyente sino complementaria de la paternidad biológica. A efectos legales (los afectos no se pueden regular como los nombramientos), sería importante que un padre biográfico (así reconocido) sea portador de los mismos derechos, deberes y obligaciones de un padre biológico.
No se trata solo de lo «bueno» (por ejemplo, poder firmar en determinadas casillas en un formulario escolar de tus hijos), sino de lo «complicado» (si te separas de su madre, deberías ser responsable, al igual que el padre biológico, de dar determinada manutención, con arreglo a determinadas reglas).
Reconocimiento a la paternidad (biográfica o biológica), los mismos derechos, deberes y obligaciones que el de la maternidad: licencias pre, peri y posparto hasta un año, no excluyente; permiso retribuido por enfermedad infantil; permiso para cuidar en hospitales pediátricos a tus hijos; y el largo etcétera. No se trata de quitarle derechos a la maternidad, sino de hacerlos extensivos para todos los encargados del ejercicio de la patria potestad.