El Código de las Familias nos invita a una nueva campaña de alfabetización que implica trascender nuestros prejuicios y abrirnos a conceptos y figuras legales que permitirán que los que han sido privilegios para algunes hasta hoy, se vuelvan derechos para todes.
El Código debe ser también un respaldo legal para respetar la identidad de género de menores trans por parte de sus familiares y así pedí agregarlo en la consulta popular del anteproyecto de Código en mi barrio, la semana pasada.
Cualquier gesto que permita visibilizar a la comunidad trans y contribuir en sus luchas y anhelos, es poco para reparar el dolor causado por tantos años de discriminación. Exigir una Ley de Identidad de Género no puede ser solo una batalla de elles, debe ser también una batalla de quienes creemos en la justicia.
A propósito del 31 de marzo, Día de la Visibilidad Trans, comparto estos retratos y testimonios que les tomé a chicas y chicos trans el año pasado.
Victoria Rodríguez Soroa: Tiene 18 años y hace 4 meses empezó la transición después de haberlo intentado en varias ocasiones. Esta vez es decisivo pues se dio cuenta durante la cuarentena de que si algo valioso existe es el tiempo. Su mamá la ha apoyado en todo y cuando le preguntan si «la acepta», ella responde que la quiere y punto. Victoria está estudiando Gestión del Capital Humano en el Instituto Politécnico Mártires de Girón y está muy feliz. Su felicidad también está en ir transformando su cuerpo mediante cirugías; eso sí, advierte: «Me siento mujer sin necesidad de tener una vagina; no es algo que voy a incluir en mi proceso de transformación. Yo soy una mujer, aunque no tenga vagina».
Kiriam Gutiérrez Pérez: Lleva 44 años con el nombre de su padre en el carné de identidad. El día que ella nació, él la inscribió así a pesar de que su madre quería que le pusieran Alejandro. Su madre, hasta hoy, siempre la ha llamado Alejandro. Entre la imposición y el cariño, Kiriam se ha vuelto una mujer fuerte e inspira a una comunidad que continúa siendo privada de derechos elementales y lucha por ellos. Ella es controvertida, pero es valiente y sabe amar… Eso la vuelve una mujer infinita que encuentra la felicidad en su trabajo, en sus logros, en las recompensas de su activismo diario por transformar lo social, lo profesional y lo familiar.
Aarón Figueredo Armenteros: Tiene 33 años, trabaja copiando series y películas. Su mayor sueño es irse del país para poder operarse y cambiarse el nombre. Que su carné de identidad lo siga identificando como mujer le ha traído muchos problemas, cuenta, y agrega: «Cuando vives sin felicidad, el sufrimiento es algo de la vida cotidiana». Lleva tres años con su novia. Otro de sus sueños es poder casarse con ella. Aarón insiste en que no emigraría si pudiera realizar sus sueños en Cuba.
Nota aclaratoria: Aarón, meses después de esta sesión de fotos, logró cambiarse el nombre en su documento de identidad, aunque en la casilla de sexo sigue apareciendo la M de mujer…
Lexa Rodríguez Pupo: Le quedan días para entrar en la mayoría de edad. Apenas cumpla sus 18 años va a iniciar el tratamiento hormonal con la asesoría que encuentre en el Cenesex. Sus padres no entienden lo que le está sucediendo y no la acompañarán en esta transición esencial en su vida. Lexa sabe inglés y francés. Está estudiando coreano y japonés de manera autodidacta. Aún está indecisa con su nombre: «Todavía no estoy segura; pero me gusta que me llamen Lexa, quizá en algún momento de la vida me guste que me llamen Valeria», sonríe, en clara alusión al personaje de Veneno, su serie favorita. Lexa también quiere ser periodista, como Valeria.
Deanris Pérez Pumariega: A veces prefiere que la llamen Naomi, pero hoy se presentó con el nombre que lleva en su carné. En sus 25 años de edad ha aprendido que la felicidad es ser libre, y la libertad es que no haya tabúes ni prejuicios. Quisiera apoyar más a su familia; pero sin que le suceda lo que en aquel hospital en el que era asistente de pacientes y por ser trans querían asignarle el trabajo de limpiar pisos. Para ella el novio ideal es un hombre sincero, «de donde crece la palma», bromea.
París Brown: Es una chica feliz de 21 años y cuenta que tiene una madre tan genial que sus 15 se los celebró vestida de muchacha y con álbum de fotos incluido. Fue su madre también quien la ayudó en la transición y la acompañó al Cenesex para iniciar los tratamientos oportunos. París quiere vivir en una sociedad en la que exista igualdad de género y se respeten las ideas de cada persona, aunque no coincidan.
Fotos: Claudio Pelaez Sordo.