UNO
Ahora que el mundo se puso patas arriba y que la Isla no se quedó atrás (COVID-19, 27N, ordenamiento financiero, más pobreza, más violencia en todos los órdenes), los cuerpos saltan a la vista sin pretenderlo. Se supone que esos asuntos, tan graves, tienden a sacarlo del escenario principal, pero el cuerpo sigue ahí, con obstinada principalía, y cobra una visibilidad en la que los activismos (pondré ese ejemplo) se regeneran desde el afianzamiento del yo.
DOS
Soy lo que parezco y parezco lo que soy… parezco lo que parezco y lo que soy… soy lo que soy y lo que parezco. No es un trabalenguas. Toda identidad es transitiva y propositiva (tránsito hacia una imagen, proposición de una imagen) y subsiste como proceso, nunca como afianzamiento detenido, nunca como cosa fija.
De modo que los cuerpos y su arquitectura (desde su apariencia inicial hasta su apariencia final, pasando por sus estados intermedios) revelan algo importantísimo que se valida en una bisagra o en varias. Bisagras que unen dos cuestiones: el hecho de ser con el hecho de existir transicionalmente. Bisagras que en otro nivel conectan, además, conciencia y soma. Es decir: mundo interior consciente y mundo sensorial, de los sentidos y las formas.
En una realidad asediada por los espejismos (y que conste: hay espejismos útiles e inútiles, provechosos y perniciosos), vivir en bisagras de tal naturaleza lo pone a uno en contacto con la definitiva complejidad de las cosas. Esto significa que te acercas mucho más a la verdad y te alejas de la banalización y las ofuscaciones quiméricas.
Un ejemplo bastante obvio es el de los binarismos y sus efectos de acatamiento y sumisión, su ansia de obediencia. Los binarismos facilitan históricamente la opresión de las mujeres. Todo es blanco o negro. Cuando los binarismos se rompen y tras el 2 aparecen el 3, el 4, el 5, surgen matizaciones que expresan la libertad de diferenciarse y de ser.
TRES
Me explico mejor: una bisagra así es terreno coincidente, ámbito de convergencia, espacio de reunión, de encuentro, de empatías y de multiplicación de vínculos afectivos. Una bisagra así se convierte en casa propia.
CUATRO
Hay máscaras para encubrir y disimular, y máscaras para revelar. Máscaras que desenmascaran, o que desvelan y divulgan y subrayan lo que hay bajo la piel. Esas son las que importan, ya que se adicionan libremente al yo sin lesionarlo ni deslegitimarlo y entonces ponen de relieve su riqueza.
Máscaras que son como construcciones auxiliares que permiten situar en escena una porción transcendental de la identidad, una zona significativa (demostrativa y característica) del yo, o de una multitud de yoes. «Estoy aquí», dice el yo. «Estoy aquí y este es mi cuerpo», dice el sujeto que pelea contra su represión y su supresión. O contra una estética que lo margina o que, en su proliferación, quiere obligarlo a automarginarse.
CINCO
Mucho se habla de patria, de muerte, de ciertas disyunciones macabras, de la relación entre patria y vida, entre patria y muerte, y de las ligaduras de todo eso con el teatro de la utopía. Sin embargo, la utopía crece con y en el anhelo de concretarse en una materialidad al cabo inexistente. La utopía es, pero no acaba de existir.
Y resulta necesario proponer una y otra vez, convincentemente, que la patria sea la matria y que esta, que sí tiene la capacidad de engendrar vida y protegerla, busque un análogo complejo en la creación-reinvención-protección de los cuerpos. El cuerpo visto como hijo de una matria que se halla lejos del pensamiento patriarcal y de su gigantesca red de dispositivos.
La matria como un estado abierto de conciencia (un sistema empático expansivo y expedito) y como espacio-tiempo sensible y somático. La matria como complejidad y como guardiana y defensora contra la intimidación y el crimen, la que da refugio a los hijos excluidos, la que salvaguarda los valores y eficacias de la intuición (una jerarquía del conocimiento en la que se manifiestan la compasión, la bondad, la clemencia, la magnanimidad, el apego y otras cuestiones) y ampara la naturaleza balsámica de la empatía y va en busca de la libertad.
SEIS
La verdad irreductible es que los altísimos niveles de inclusividad y de razonamiento (intuitivo y no intuitivo) presentes en la matria hacen que todos los cuerpos e idiosincrasias en torno al cuerpo cuenten. O sea: 1) que pueda uno contar con ellos; 2) que ellos cuenten o importen; y 3) que sean capaces de desarrollar por sí mismos sus propios relatos e historias.
La patria es, en última instancia, una fábula masculinizante y varonil que no pocas veces invita al masoquismo y que repudia y coarta ciertos goces, entre otras cosas. La patria es una alegoría que tiende a lo quimérico. Es una especie de querer ser, de aspiración convertida en propósito o finalidad. La aspiración como remate y término: toda una anomalía, un absurdo, un engaño. Una aspiración no puede ser, por tanto tiempo, una meta en sí misma.
SIETE
Hay una infinidad de cuerpos (tipológicos y no) y, enfatizo, todos cuentan. En períodos en que los cuerpos son visiblemente agredidos de diversas maneras, su carácter sagrado tiende a desconocerse y desaparecer. Pero es entonces cuando resulta imprescindible y urgente recuperar ese carácter porque la vida y la pulsión vital detentan un valor inestimable, en especial cuando devienen el soporte de una parte transcendental de la identidad del yo marginado, o de su predicado, su explicación, su esclarecimiento frente a un poder que, como mínimo, siempre querría excluirlo e invisibilizarlo.
OCHO
¿Cómo hacer del cuerpo algo sagrado? ¿Qué hay de sagrado ahí? ¿Es sagrado el cuerpo porque es el soporte de la vida, pues la vida es soportada por lo carnal, lo somático, de donde brota el espíritu? Las palabras son la morada del ser, se ha dicho bastante. Pero sin el mundo de las sensaciones (lenguaje + imágenes) no hay idea del ser, y sin él la edificación de lo sagrado y sus relatos se desvanece.
Las mujeres y sus cuerpos en libertad (en libertad, incluso, de ser intervenidos, modificados, rectificados, acomodados) son, en última instancia, lo sagrado. Desconocer esto es agredir la vida y la conciencia de la vida de una forma tan irresponsable como grosera.
NUEVE
Por supuesto, las particularidades y el día a día de estas presunciones que acabo de expresar, más las pequeñas y grandes urgencias que ese día a día alcanza a despertar, intervienen en un universo entrañablemente ligado a lo sacro, al rito; aunque la ignorancia, la mala voluntad y hipocresía del mundo de hoy lo nublen, lo lastimen y lo rebajen.
Me refiero al universo del sexo. Hay quien dice que el sexo está sobrevalorado, pero creo que ese efecto se nota o se hace real tan solo desde esa perspectiva bellaca, prejuiciosa y hasta inmoral que haría del sexo un orbe finito, taxativo, restringido y anclado a un ideario (doctrinas, sistemas, creencias) de raíz patriarcal.
DIEZ
Creo que lo mejor es dejarse ir, por el camino de la incorporación de los muy diversos estímulos que impactan en esa multitud de yoes (o que nacen en ellos y van a acabar de definirse en «los otros»), por lo menos hacia el umbral de un pansexualismo.
Un umbral en el cual, en principio, puedan razonarse las diversidades del placer al conocer sus historias, contrastarlas y ver dentro de ellas, para distinguir y comprender los procesos identitarios y sus vínculos con nuevos y «viejos» dispositivos del deseo, sus escenificaciones, sus puestas en marcha.