Desde que el 24 de junio la Corte Suprema de Estados Unidos revocó el reconocimiento constitucional del derecho al aborto, el debate no se ha detenido.
La anulación de Roe v. Wade y el retroceso de medio siglo que ello significa ha vuelto a poner en foco los argumentos típicos de la discusión sobre el aborto. Los intercambios en medios de prensa y redes sociales se mueven en el terreno religioso, ético, médico, económico, sanitario y hasta filosófico.
Mientras en Estados Unidos comienza la preocupación por el acceso a los anticonceptivos; mientras miles de mujeres borran sus aplicaciones móviles de rastreo menstrual por miedo a la vigilancia y la persecución, y otras tantas, embarazadas, supieron que sus citas para abortar quedaron anuladas de imprevisto, de nuevo —esta vez en el debate sobre el aborto— las mujeres son revictimizadas: su libertad, su voz, su voluntad, no suelen estar en el centro de la discusión. En cambio, se discute bajo otras banderas y se plantean preguntas alejadas de nosotras.
1. «La vida no empieza en el claustro materno»
Si empieza o no en ese momento es irrelevante de cara al derecho de quien se embaraza.
Incluso entre muchos de quienes defienden el derecho de las mujeres y las personas gestantes a elegir, suelen encontrarse intentos de establecer cuándo comienza la vida, cuándo comienza la individualidad, quién es y quién no es portador de derechos, qué es lo que se desarrolla en el vientre mirado por la ley, la política, la medicina, la fe… Un terreno inestable en el que no se llega a consensos firmes.
Es inútil intentar establecer, salvo a efectos médicos y legales, la relevancia de cada fase de desarrollo embrionario; ni en qué punto la combinación de células es un individuo, una vida, un alma, un espíritu o cualquier otra de las definiciones que se escuchan y se leen en los debates. Es una empresa condenada; depende de la moral, la religión, la cosmovisión de cada uno; no es útil a las políticas ni a la legislación. Hay un remedio: basta poner el foco en la mujer en lugar de insistir en definir lo que lleva en su vientre.
La legitimidad de abortar no está sujeta a si se trata de un bebé o no, un feto, un embrión, X, el nuevo Mesías… La vida y el derecho de la mujer preceden. No existen vidas más sagradas o más importantes que otras. Si un niño depende de un órgano para vivir, nadie será obligado a donar el suyo, más allá de que exista presión moral: no será obligado, no existe base ética para hacerlo. Nadie puede ser obligado a donar siquiera sangre. ¿Por qué creen que pueden obligar a una mujer a tener un hijo, algo que supone un cambio extremo en su cuerpo, su psiquis y su vida; que entraña riesgos que solo debe asumir en absoluta libertad para elegir?
Es el cuerpo el territorio en disputa. Cancelar el derecho al aborto es una cuestión de control, de invasión, de negar a la otra persona, tomarla por recipiente, incubadora, un objeto cualquiera privado de voz propia y autonomía. Supone reconocer a las mujeres menos prerrogativas que a un menor de edad, ¡menos que a un cadáver! (ni siquiera post-mortem es posible utilizar los órganos de una persona sin un permiso explícitamente declarado por ella en vida).
2. «Se aborta si hay problemas de salud»
Es una cuestión de salud, pero no solo física sino también mental; y sobre todo se trata de autonomía. Las complicaciones de salud reproductiva por ejemplo no son una condición para que abortar sea legítimo. Aun si una mujer tiene un embarazo perfectamente viable, le asiste el derecho a interrumpirlo si es su voluntad. No es necesario que sea inviable, o que existan enfermedades o padecimientos para que el aborto sea permisible o más legítimo. Tampoco es necesario haber sufrido abuso o violación, tener problemas económicos, tener otros hijos o cualquier otra razón. Para abortar basta estar embarazada. Basta la simple voluntad de no llevar adelante el estado de gravidez. A partir de ese punto, las circunstancias en cada caso pueden sumar urgencia u obligatoriedad. Nunca son condición sine qua non.
Una mujer no tiene por qué explicar siquiera su decisión de abortar. Es una elección siempre privada, incuestionable y que merece respeto y discreción.
3. «Mi cuerpo, mi decisión» frente a la COVID-19
Emerge de nuevo una comparación forzada con las vacunas anti-COVID y una supuesta imposición sobre el cuerpo. Grupos que se resistían a inocularse robaron el eslógan de la campaña pro-elección. Pero tener un hijo no es comparable con ser inmunizado contra una enfermedad. Además, el aborto tiene efectos individuales y familiares, particulares, privados. El contagio de una enfermedad no, en especial si se ha convertido en pandemia como es el caso.
4. «Si tu mamá hubiera abortado no estarías aquí»
Es el «argumento» preferido de los pro-nacimiento, mal llamados pro-vida (la vida de la persona embarazada es irrelevante para ellos y la criatura solo es de interés mientras esté en el vientre) contra cualquiera que defienda las garantías para decidir. Aseguran que quienes nacimos disfrutamos del derecho a nacer. Solo que nacer no es un derecho.
Ninguna vida (seguramente tampoco la de ninguno de nosotros) merece el sacrificio de la autonomía de las gestantes sobre su cuerpo y su propia vida. Es de celebrar que sea madre solo quien desee serlo. La maternidad forzada es un crimen; engrosa la lista de «crímenes contra la humanidad» de las Naciones Unidas en el apartado de violencia sexual. Otros protocolos internacionales también la reconocen como tal.
¿Y cómo se puede ser pro-elección siendo madre? Habiendo elegido ser madre y deseando que todas las mujeres gocen del mismo derecho.
5. «Un embarazo siempre puede evitarse»
Los detractores del derecho a elegir lo consideran uno de sus ases: «el embarazo no es inevitable». Falso. Sugieren que todo embarazo es provocado voluntariamente o por irresponsabilidad, cuando no es así. De un plumazo se deshacen de:
- las violaciones, dentro y fuera de la pareja;
- el hecho de que no existe un anticonceptivo infalible;
- el hecho de que los anticonceptivos no son universalmente accesibles;
- el hecho de que la educación sexual no está al alcance de todas y cada una de las niñas y mujeres del mundo; quizá ni siquiera de la mayor parte;
- el elevado número de varones que rechazan los anticonceptivos;
- los accidentes; la cantidad de situaciones en que se puede contraer un embarazo a pesar de haber intentado evitarlo.
Las condiciones mencionadas, de manera separada o en convergencia, no suponen casos aislados o minoritarios; afectan a millones de personas en todo el mundo. Por solo hablar de violación en un país, revisemos Estados Unidos, hoy en el centro de la discusión: el promedio es de un episodio cada 1-2 minutos.
6. «¿Y el derecho del padre a decidir?»
El padre no se embaraza, no da a luz, no lacta. Su vida no se pone en riesgo en forma alguna. Puede materialmente tener decenas de hijos a la vez; puede tener hijos mientras está literalmente fuera del planeta (por presentar el extremo). Así como nadie debe ser obligado a ser padre, quien desee serlo depende del deseo de quien deberá embarazarse, parir, lactar y maternar en sentido general. Su voz no está por encima y ni siquiera a la par en este aspecto.
«Mi cuerpo, mi decisión» es el argumento, y es muy simple.
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