Bebé con zapatos grandes sentado en el piso charco, travesuras, Cuba
Foto: Jorge Ricardo.

«Eso no se toca»

Con el tiempo me fui dando cuenta de la importancia de los límites del «no». Romper también es una forma de aprender a crecer. 

Pocas veces me siento tan ridícula como cuando le digo a mi hijo «eso no se toca». Sobre todo porque casi siempre que se lo digo, lo que quiere tocar es algún objeto de uso cotidiano. Los niños pequeños son imitadores por naturaleza. Son unas esponjas, como dicen los viejos de mi familia. 

Oliver tiene dos años y un mes. Se ha criado en la casa viendo a los adultos y a su hermano mayor. Cuando era bebé no teníamos juguetes, porque su nacimiento nos cogió en plena pandemia y la cosa se puso mala. Pero con el tiempo le han regalado carros, muñecos, pelotas, bolos, cubos de armar y muchos otros juguetes lindos. Hemos tenido que apelar a varias estrategias para que el niño se interese por ellos, como guardar algunos y luego sacarlos, cuando él los haya extrañado. A veces nos ponemos a jugar nosotros con los carritos; pero se va y nos deja solos. 

Le interesan más las sartenes en el fuego, los tenedores, los cuchillos, la cafetera, las tijeras, las maquinitas de afeitar, los cortauñas, las pinzas, los destornilladores, las escobas, las colchas de trapear, los lápices con punta, los equipos de fotografía de su papá, los planes de clase de su abuela y los mandos del X-Box de su hermano. También tiene especial predilección por palos,  nylons, cajas, espejuelos y computadoras. 

Al principio le decía: «Oliver, eso no se toca»; luego fui consciente de mi estupidez y empecé a decirle: «¡Eso no se toca! Bueno… Sí se toca, pero tú no lo toques». Con el tiempo me fui dando cuenta de la importancia de los límites, sobre todo de los límites del «no». Nada es todo blanco o negro, hay matices. Entender eso con la crianza de Oliver ha sido maravilloso; pero, como casi todos los aspectos de esta ma-patermidad, ha sido complejo además. 

Cada vez que viene una visita y ve a Oliver con un cuchillo en la mano forman una gritería tremenda. Los calmamos explicándoles que ese es su cuchillo, que no corta ni tiene punta, que el niño no se va a herir. Así Oliver tiene sus herramientas poco peligrosas y sus pequeñas tareas de grandes como regar las plantas con su abuela, pasar la colcha cuando se orina y no le da tiempo a ir al baño, barrer el pasillo y reparar puertas y ventanas con un destornillador roto. 

Una vez fue a agarrar la cafetera y se quemó superficialmente. Desde ese día la toca rápido con un dedito para comprobar si está caliente. Nunca ha vuelto a agarrarla sin verificar antes. Si está caliente, no se toca; si está frío, sí se toca. Para nosotros es importante que nuestro hijo entienda esos matices. Desarrolla su inteligencia y su sentido común, lo vuelve precavido, cuidadoso, sin privarlo de la exploración y el contacto con su entorno cotidiano.  

Nuestro vecino tiene un hermoso altar y sobre una mesita hay dos maracas con las que llama a los santos. Cuando Oliver entró a su casa por primera vez, fue directo al altar, deslumbrado por tantas maravillas. Entonces él le dió al niño las maracas de Yemayá y Elegguá. Desde aquel día Oliver entra a la casa, va al altar y sabe que solo puede tocar la maraca azul y la negra y roja. A eso le llamo los límites del «no». 

La bisabuela de Oliver tiene una gran colección de gatos. Tiene alrededor de trescientas figuritas, acomodadas muy delicadamente, casi todas frágiles. Oliver llega hasta la mesita de los gatos y solo agarra una cucharita de metal que ella siempre le ha permitido tocar.

Cuando el bebé comenzó a desplazarse, alrededor de los seis meses, no recogimos los adornos, ni modificamos demasiado la estructura de los espacios. Es cierto que se han roto unas cuantas cosas; pero, poco a poco, el niño ha aprendido a convivir con objetos frágiles. Ha ido entendiendo las diferencias entre tocar, agarrar, lanzar y romper. Y sabe que todo eso tiene su encanto. Sabe que hay cosas que se tocan suavecito y otras que se pueden agarrar con fuerza. Mi niño debe seguir aprendiendo a respetar los espacios de la casa, porque no vivimos en un parque infantil; pero tampoco me gusta privarlo de romper algo de vez en cuando. Romper también es una forma de aprender a crecer. 

Otras cosas que «no se tocan» en el mundo de los niños, según muchos adultos, son la tierra y el agua. Oliver adora jugar con ambas. La tierra y el agua pueden ser fuente de enfermedades. Pero jugar con tierra y agua implica además limpiar el suelo y al niño, lavar ropa y utensilios implicados en el desmadre, algo que a la mayoría de los adultos no les agrada mucho

Para muchas culturas la tierra y el agua son elementos sagrados y puros que han formado parte de los rituales en diferentes épocas. Dicen que al estar en contacto con las bacterias de la tierra, nuestro cerebro se activa con neuronas que producen serotonina. Creo que mi niño es tan feliz y tan sano porque pensamos que la tierra sí se toca. Como el agua fría, la lluvia y los animales. 

Lo más complicado de nuestra manera de ver la crianza es cuando entra en cortocircuito con otras maneras. Cada niño es un mundo; cada familia es una galaxia. Muchas veces he tenido que regañar a familiares y amigos quienes, con muy buena voluntad, le han dicho al niño: «Caca, nené, eso es caca». 

He aquí una frase más terrible que «eso no se toca». En ella encuentro tres aberraciones. La primera es que unas tijeras no son caca, ni tampoco son caca un jarrón de vidrio ni un perro callejero. Llamarle caca a algo que no es caca confunde terriblemente a los niños. La segunda es omitir los límites del «no», se trata de no y punto, como sucede con «eso no se toca». Cuando te dicen «eso es caca» significa «ni atrevas a tocarlo». Y la tercera es hacerle entender al niño que la caca es algo malo.

Mis hijos han esculpido figuras indescifrables alguna que otra vez con su caca, como cualquier otro niño, sin que ello represente algo malo. Cada vez que un niño hace una buena caca, es señal de que su sistema digestivo está funcionando bien. Entonces la caca es buena, forma parte de la vida y no debe ser mal vista por los niños.

El «no» rotundo genera sentimientos oscuros y perversos. El ser humano, por naturaleza, desea con mayor fuerza lo que no puede obtener y lo busca, aunque tenga que violar las leyes de la justicia, de la vida y del amor.

Aplicar lo que llamo los límites del «no» es difícil y requiere dedicación. Implica acompañamiento permanente. Nuestro bebé travieso debe tener siempre cuatro ojos sobre él. Pero creemos que esa dedicación de hoy es una gran inversión para el futuro. Él sabrá que nada es blanco, ni negro, y que los matices hacen la vida más bella. Sabrá que todos los temas se tocan, que hay que respetar los espacios ajenos y que, de vez en cuando, romper algo no es tan malo.

Isabel Cristina

Mamá de dos hijos varones. Teatróloga. Escritora. Máster en Pedagogía del Teatro. Profesora de la Universidad de las Artes (ISA).

Esta entrada tiene 4 comentarios

  1. Zehimy Hartman Mulén

    Me encantó el trabajo Isabelita,como te conocemos todos los amigos de tu mamá. Yo tengo un niño de dos años y medio,y lo estoy enseñando a convivir con todas las cosas de nuestro apartemento y las herramientas de su papá que es carpintero y los papeles de mi trabajo. Es muy difícil pero lo vamos enseñando. Gracias por compartir tus experienvas.

  2. Carlos Gámez

    Q alegría q tengas un blog muero de ganas por leer cada uno de los post anteriores, siento q es mi regalo de verano, larga vida a tus textos, tus hijos y tu familia toda. Amo cada una de tus ideas, y lo sabes, porque eres brillante

  3. Maritza Hernández rojas

    Excelente!!

  4. Juan

    Interesante, con matices de la pedagogía Montessori.
    Saludos

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