Ser mamá es de madre, ya lo decían nuestras abuelas. Limara Meneses, además de ser actriz y residir en un país extranjero, es madre de tres niñas. Según ella, nunca se había imaginado en ese rol. Desde que estudiábamos en el Instituto Superior de Arte parecía que había acumulado más experiencias de las que se suelen cargar a los 18 años.
Desde entonces la admiraba una buena parte del público cubano por su interpretación como esposa de Benny Moré en la película El Benny, dirigida por Jorge Luis Sánchez y que estos días cumple quince años de estrenada.
«Aida incidió en mí para toda la vida —me dice—. Fue el personaje que me abrió las puertas al cine cubano y al cine internacional; que me descubrió a mí misma que quería ser actriz, porque hasta ese momento no lo tenía tan claro».
Tenía 22 años cuando llegó a España y cuatro meses después, con 23, salió embarazada de su primera hija. «En ese momento me encontraba en uno de los mejores momentos que pueda tener una actriz en su profesión.
Estaba en el aire la telenovela cubana Aquí estamos (Rafael Cheíto González, 2010); acababa de terminar la película Chico y Rita (Fernando Trueba, 2010) y vivía todo el auge de una nominación a los Oscar.
Al mismo tiempo, empezaba en otro proyecto y había hablado con Raúl Martín para ser plantilla de su grupo Teatro de la Luna». Por eso, la decisión de emigrar estuvo mezclada con la de asumir la maternidad y quedarse junto a Alejandro, su esposo, para construir una familia.
En WhatsApp tengo un montón de audios de Limara que me hablan de sus primeros años fuera de Cuba. «Empecé a chocar con situaciones nuevas como la de no encontrar trabajo en lo que sabía hacer; tener que aprender otras maneras de ganarme la vida; encajar en una sociedad que no me interesaba aprender entonces, una cultura diferente para mí en cuanto a la manera de ser, de estar, de comportarme, de ver la vida». Allí debió trabajar en oficios lejanos a las pantallas grandes y pequeñas como limpiar y cuidar personas mayores.
Aprendió de marketing, de mercadeo, de cultura culinaria y, sobre todo, de ser mamá. «Cuando me convertí en madre, murió en mí mucho de lo que yo era. Me empecé a enfrentar a nuevos miedos e inquietudes; a las frustraciones de verme y no entender qué estaba pasando con mi cuerpo y no querer aceptarlo; a saber, o creer, que no iba a volver a mi carrera. Tuve que mutar hacia un nuevo entendimiento de lo que me estaba sucediendo y de cómo enfrentarlo y asumirlo».
Luego vino su segunda hija, su segundo destino migratorio, otros temores, otros emprendimientos. Llegó su tercer embarazo y la búsqueda del equilibrio entre la ama de casa que es hoy y los retos que ha debido asumir para seguir haciendo arte.
«Desde que me fui de Cuba no he parado de hacer cosas, siempre tengo alguna idea en la cabeza. Hice una obra de teatro en la que fui productora, directora, escritora, mánager de ventas y un poco de todo.
Es un espectáculo que se llama Cuatro mujeres, que me encantó y estoy deseando sacar mi personaje para hacerlo de forma independiente. Luego hicimos un proyecto muy bonito, un corto intenso que se llama Rollback. Más adelante trabajé en el Aurora Theater, un teatro importante aquí en Atlanta donde hice algunas obras».
Limara «se tira con la guagua andando» en cuestiones culinarias, es muy buena haciendo decoraciones de interiores, le encantan las plantas y durante casi tres años impartió Español para niños a través de un curso de teatro. Fue propuesta, incluso, para ser maestra líder de un aula en la Escuela Internacional de Atlanta, aunque no aceptó el trabajo.
Cuando comenzó la crisis sanitaria, supo que para mantener su profesión debía emprender un camino que combinara sus necesidades creativas con la permanencia en casa. «Quería hablar de mis miles de historias siendo mamá, de incertidumbres y conflictos que tenía con el mundo entero». Así nace Ser mamá es de madre, un programa de entrevistas.
Todo lo que puede verse desde Youtube los domingos a las cuatro de la tarde es concebido al interior del hogar. «Ha sido duro, porque Alejandro y yo somos los únicos que estamos haciendo el programa.
Es difícil lidiar con lo que implica trabajar en equipo, ser pareja y, además, tener que mirarnos las caras el día entero, lidiar con las cosas que nos vienen a la mente cuando no estamos de acuerdo y que aun así prevalezca la paz y la estabilidad emocional en la casa».
Durante el tiempo de transmisión, las hijas de Limara hacen una demostración de independencia, ensayan el mejor silencio y, de vez en cuando, le filtran un poco de bulla para ambientar las conversaciones virtuales.
Todavía hoy Limara tiene miedos como mamá, aunque su programa ha funcionado como una red de apoyo, el lugar para romper esquemas en torno a obligaciones y estándares de mujeres y madres perfectas. Superados algunos temores, hay nuevas incertidumbres, siempre in crescendo.
«Me inquieta cómo están educando las madres a sus hijos, quiénes son esos futuros seres humanos que se van a encontrar mis hijas. Me preocupa la labor que estamos haciendo nosotros como padres, como adultos. Me preocupa la sociedad actual, la del futuro. Me preocupa no entender. Me preocupa quedarme rezagada, que mis hijas me puedan ver como un objeto obsoleto.
Me preocupan las partidas, las rupturas, los desprendimientos, saber que tienen que hacer su vida y yo a lo mejor no lo entienda, por mucho que cada día me lo trato de meter en vena. A todos esos procesos que vienen, que tienen que existir, porque es cíclico, porque lo hicimos nosotras, porque es así, les tengo mucho miedo».
Hacía casi quince años que no hablábamos y, entre tantas cosas, le conté que el día que conocí a su madre pensé que era muy joven por su vivacidad y su desenfado. Limara cae en cuenta de que en ninguna entrevista le habían preguntado sobre su madre.
Me confiesa que de ella guarda la autenticidad y la entereza para enfrentarlo todo, la capacidad de no juzgar a los demás y la valentía de haberla dejado volar cada vez que lo necesitó.
«Mi mamá es mi compañía, incluso sin tenerla cerca; aunque nunca se lo digo, es muy importante para mí». Y en el confort de hablar de su madre, he comenzado a imaginar a sus hijas y a sus nietas evocarla a ella y repetir, en una frase criollísima: ser mamá es de madre, ya mi abuela lo había dicho.