hombre negro cubano

Masculinidad y estereotipos raciales en Cuba

En Cuba, la sofisticación de las representaciones racistas motivó la estructuración de un catálogo de estereotipos raciales que se manifestaron en la construcción de los modelos de masculinidad.

El negro cubano es la escoria de su isla
Pues no conoce su historia, y así vuelve a vivirla.
Y se conforma con las migas que les da un señor
Que le dice no te quejes, que antes estabas peor…
Soandry (Hermanos de Causa), El negro cubano

La historia de Cuba y sus representaciones raciales ha quedado reducida en muchos de sus pasajes a cierto silencio e indiferencia. Hay evidencia de procesos históricos que instauraron imágenes sobre una lógica racista de clasificación y jerarquización que aludían a características corporales y culturales. En ese sentido, la sofisticación de las representaciones racistas motivó la estructuración de un catálogo de estereotipos raciales que se manifestaron en la construcción de los modelos de masculinidad con una funcionalidad temporal e histórica muy particular.

Esa funcionalidad alcanzó una dimensión inusitada, fundamentalmente porque generó un paradigma a la hora de plantear las articulaciones de la identidad masculina en oposición con las designaciones estructurales de las identidades raciales. A partir de entonces, se ha acuñado un concepto que considera que:

“[…] en Cuba la masculinidad hegemónica sigue siendo representada por los hombres blancos, citadinos y heterosexuales” (González Pagés, 2004: 6).

Esta perspectiva surge de una tradición extendida en los anales de la historia que considera la “raza” como una especie de marcador que hace énfasis en visiones dicotómicas entre lo blanco y lo negro:

El llamado blanco se identificó siempre con la riqueza, el control de la economía, el privilegio, la cultura dominante, el poder. El negro y el mestizo, por su parte, se identificaron con la pobreza, el desamparo, junto con la ausencia de todo privilegio, las culturas sojuzgadas, discriminadas y la ausencia de poder (Morales, 2007: 11).

Se puede advertir, entonces, que las brechas interpuestas por estas categorizaciones establecieron un vínculo inexorable con algunos significados de lo que implicaba “ser hombre” en una sociedad patriarcal, en equivalencia con los estereotipos raciales, firmemente entrelazados con significados simbólicos de género. Estos, como abordaremos, patentizaron un grupo de experiencias negativas, en su mayoría, en la concreción de la representación de los modelos de masculinidad en Cuba(1).

Existe un hilo conductor en la construcción y representación de la masculinidad de los hombres negros en Cuba, en la que las jerarquías de género y las imágenes de la cultura machista marcan un punto de referencia que permite abrir un debate más amplio y esclarecedor. Tengamos presente que los tiempos históricos marcaron determinados parámetros que condicionaban las estructuras de género en correspondencia con su articulación con el racismo en el siglo xx.

En un importante estudio desarrollado por la antropóloga Verena Stolcke (1992) en el que aborda la estructura de género y “raza” de la sociedad decimonónica cubana, se destaca que, para las mujeres blancas, consideradas las mediadoras entre la pureza de “raza” y la preeminencia social, era inconcebible algún tipo de unión sexual con un varón negro.

En tal sentido, los hombres negros, marcados con el sello maldito de la esclavitud, tenían como predestinación consumar uniones con esclavas negras, porque también era muy común que perdieran en la competición con los blancos por lograr conquistar mujeres de color libres(2).

Aun cuando su estatus económico fuera favorable, la desventaja estaba marcada, ya que el ascenso a una clase adinerada no proveía de ningún privilegio frente a las barreras que tan celosamente imponía la “raza” dentro de la sociedad. De acuerdo a los criterios planteados por Verena Stolcke, “un moreno rico difícilmente podía aspirar a llegar a casarse con una mujer blanca” (Stolcke, 1992: 58).

Estos ejemplos, abordados por Stolcke, matizan la interacción dinámica entre prejuicio racial y jerarquía de género en la reproducción de una sociedad esclavista, demostrando que la subordinación de género está condicionada socialmente en tres etapas sucesivas que vinculan clase, “raza” y sexo.

La antropóloga destaca que: “en su empeño de salvaguardar su preeminencia social y racial, las élites cubanas (entiéndase hombres blancos) dotaban a diferencias sexuales entre mujeres y hombres, […], de significados sociopolíticos específicos que, entonces, encontraban expresión en jerarquías de género” (Stolcke, 1992: 14).

Estas jerarquías fueron sopesadas en otro importante ejemplo que comentaremos a continuación. En el marco de la propia sociedad decimonónica cubana ha resultado paradigmática la retórica antirracista desarrollada al calor de las revoluciones anticoloniales. José Martí, nuestro héroe nacional y artífice de algunos de estos importantes alegatos, dejó sentado categóricamente que:

El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza o a otra: dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre; peca por redundante el blanco que dice: “Mi raza”; peca por redundante el negro que dice: “Mi raza” (Martí, 1963: 298).

Estas aseveraciones que ponían en el centro al “hombre” no surtieron el efecto esperado. Como bien destaca la historiadora Ada Ferrer (2011), la participación de los hombres negros en la contienda insurgente fue caracterizada desde controvertidas opiniones, que usaron con espantosa inquina la figura de algunos de los más importantes líderes negros para crear falsas imágenes de salvajismo y cuestionar la manera en que ejercían el poder político, poniendo en tela de juicio su reputación y el poder que desplegaban bajo cargos circunstanciales que determinaban sus capacidades para ejercer el poder y la autoridad.

Esta situación tiene su efecto a la hora de repensar la masculinidad. El investigador Julio César González Pagés (2002) resalta que en la historia nacional cubana ha perdurado un estereotipo universal de varón basado en valores patriarcales que encontrarían en las guerras un espacio de legitimación.

En Cuba, de acuerdo a los planteamientos de este importante investigador, estos valores han sido una de las fuentes principales para determinar la masculinidad de los hombres: “Aquí, matar o morirse ha sido un elemento importante en la reafirmación de la virilidad”. (González Pagés, 2002: 118).

Esta visión queda al descubierto y establece los límites de esos valores cuando damos constancia del debate que se generó alrededor de una figura política importante en aquel entonces, alguien que hacía méritos por sus logros militares y su activa participación en el campo de batalla: el general negro Quintín Banderas, uno de los oficiales de mayor rango en las tres grandes guerras de rebelión contra el dominio colonial español.

El general José Quintino Bandera Betancourt, conocido como Quintín Bandera, combatió en las tres Guerras de Independencia de Cuba.

Los sucesos alrededor de este importante líder demuestran cómo fueron puestas en el punto de mira las representaciones de su masculinidad, atribuyéndole determinados valores que tendieron a establecer una visión cargada de estereotipos raciales. De acuerdo a las consideraciones de Ada Ferrer:

[…] aunque su lugar en el panteón de patriotas no se disputa, su presencia en él está marcada por la controversia y la contradicción, pues Bandera cuenta con la dudosa distinción de ser tal vez el único héroe de la independencia que sirve también de diana del humor racista: un patriota que es también ladrón, haragán, mujeriego, un hombre sin cultura y cuya negrura lo volvía incapaz de reproducir los sonidos básicos de la lengua española (Ferrer, 2001: 142).

Desde esta perspectiva, la figura de Quintín banderas ha quedado inscrita dentro del imaginario social cubano de un modo bastante sombrío. En opinión del cimarrón Esteban Montejo:

[…] en la (batalla) de Mal Tiempo hubo hombres muy guapos. Quintín Banderas era uno de ellos. Ese era negrito como el carbón, pero con unos bríos que únicamente Maceo. […] en la República pasó muchos trabajos. Nunca le dieron una buena oportunidad. El busto que le hicieron estuvo tirado en los muelles muchos años. El busto de un patriota. Por eso la gente esta revuelta todavía, por la falta de respeto hacia los verdaderos libertadores (Barnet, 2006: 153-154).

Su color de piel lo demonizó y poco se tuvo en cuenta, a la hora de juzgarlo, su compromiso revolucionario, ampliamente demostrado en el campo de batalla. Un suceso controvertido como este da importantes muestras de los diferentes códigos estereotipados que se le asignaron a la “raza”, pues el cuestionamiento de la masculinidad también queda limitado ante la impronta que supone el encasillamiento de estos códigos, lo cual resulta bastante explícito en el caso de Quintín Banderas.

Estas realidades, que forman parte del decurso histórico cubano, son apenas una pequeña muestra de los diferentes argumentos, recogidos en el campo de la historiografía, que nos han permitido propiciar un debate conceptual en el estudio de las masculinidades. Inevitablemente, se tiene que tomar en consideración la génesis de los fenómenos que instrumentaron un vínculo muy poderoso entre los entrecruzamientos que favorecieron la masculinidad y los estereotipos raciales:

[…] los estereotipos raciales fueron ocupando una ubicación en el imaginario colonial, que en sus inicios fue alimentado por las representaciones producidas en Europa y luego se hizo mucho más complejo por la experiencia del fenómeno de la esclavitud negra en América. También contribuyeron a ello tanto el simbolismo cristiano, que favoreció́ que se asociara lo negro con el mal y lo blanco con el bien, como las diferentes frases utilizadas en el lenguaje cotidiano, las cuales en ocasiones se desestiman, y tienen un impacto significativo a la hora de legitimarlos (Viveros, 2003: 526).

Precisamente, como si se tratara de una cámara fotográfica que guarda celosamente las imágenes del pasado, el contexto de las últimas décadas no parece muy alejado de este tipo de situaciones. El investigador Juan Antonio Alvarado ha desarrollado un importante grupo de encuestas y valoraciones que nos permiten dilucidar algunas de las imponentes señales que pueden brindar comentarios y frases populares:

En los criterios expresados por todos los grupos raciales, los blancos suelen resultar más beneficiados. Al enjuiciarlos se resaltan valores y conductas positivas, que se manifiestan en sus mejores normas de convivencia, mayores niveles de responsabilidad y organización en la vida; estabilidad en la familia, que incluye el sistema de relaciones en su seno e interés de superación, como aspectos más significativos.

En contraste con ello, son comunes las valoraciones negativas hacia los negros, que abarcan desde su modo de hablar hasta sus formas de relación social. Muy frecuentemente se les achacan actitudes delictivas de la más diversa naturaleza, lo cual se refuerza por la alta proporción de negros y mestizos en las cárceles cubanas. Del mismo modo se le atribuyen comportamientos excéntricos, bulliciosos y alteradores del orden. Las descripciones positivas que se hacen de los negros tratan fundamentalmente de su fortaleza física y sus actitudes para la música, el baile y los deportes (Alvarado Ramos, 1998: 93).

Asimismo, en una línea similar, pero desde otro enfoque de análisis, la psicóloga Sandra Morales Fundora (2001) nos muestra cómo se manejan los estereotipos raciales en Cuba a partir de la teoría de las representaciones sociales, corroborando la existencia de valoraciones negativas respecto al negro por parte de grupos no negros –o al menos así se consideran– y de la propia población negra, y cómo estas valoraciones negativas prevalecen por encima de las que se valoran positivas.

Estos puntos de vista ponen en evidencia que hay una brecha inquebrantable dentro de nuestra tradición histórica que se ha mantenido intacta. No hemos sido capaces de superar ese tipo de concepciones, y su incidencia repercute en los ámbitos más insospechados de la sociedad. De ahí que cada uno de estos estereotipos raciales establezca una relación extremadamente peculiar con los modelos de masculinidad, y dibuje determinados patrones que encasillan las representaciones de la masculinidad de los negros. Esto provoca un desdoblamiento hacia imágenes que representan a los varones negros como fracasados y atormentados, por su incapacidad de cumplir con el ideal patriarcal de masculinidad (Hooks, 2003).

La recurrencia de esta idea quedará demostrada en el examen que propondremos a continuación, dejando entrever cómo entre 1898 y 1912 hubo una necesidad de fomentar un discurso social y cultural estigmatizador que ponía en entredicho las representaciones que implicaba ser varón y negro.

En este contexto social, la construcción de esta categoría generaba ciertos parámetros normativos, por el papel que desempeñaban los hombres en la sociedad, con lo cual, los términos de negociación constituyeron un compromiso en las actuaciones identitarias. Hemos de tener en cuenta que la asunción de un modelo de masculinidad encasillado en la línea divisoria que imponía la “raza” constituía un tema de mucha confusión, porque el problema no era solo ser negro, sino los estereotipos que se construyeron en torno a su figura (Helg, 2000; Nodal, 1986). Solo hay que estar atento a la más simple de las interpretaciones.

Cuando Reyita, la negra cubana nonagenaria, se arrodilló frente a la Virgen de la Caridad, le pidió fervientemente: “[…] que le concediera casarse con un hombre bueno, trabajador y blanco. Porque casarse con un blanco en aquella época era vital.” (Rubiera Castillo, 1997: 59)

Bibliografía citada. Capítulo 1.

Alvarado Ramos, Juan Antonio (1998). “Estereotipos y prejuicios raciales: en tres barrios habaneros”, en América Negra, 15, pp.89-115.

Barnet, Miguel (2006). Biografía de un cimarrón. La Habana, Editorial de Letras Cubanas.

Ferrer, Ada (2011). Cuba insurgente: raza, nación y revolución, 1868-1898. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales.

Ferrer, Ada (2001). “Raza, nación y género en la Cuba rebelde: Quintín Banderas y la cuestión del liderazgo político”, en Fernando Martínez Heredia, Rebecca J. Scott y Orlando F. García Martínez (coords.), Espacios, silencios y los sentidos de la libertad. Cuba entre 1878 y 1912. La Habana, Ediciones Unión, pp.141-162.

González Pagés, Julio César (2004). “Feminismo y masculinidad en Cuba: ¿mujeres contra hombres?”, en Temas, 37-38, pp.4-14.

González Pagés, Julio César (2002). “Género y masculinidad en Cuba: ¿el otro lado de una historia?”, en Nueva Antropología, XVIII (61), pp.117-126.

Helg Aline (2000). “Black Men, Racial Stereotyping, and Violence in the U.S. South and Cuba at the turn of the Century”, en Comparative Studies in Society and History, 42, pp.576-604.

Hooks, Bell (2003). We real cool. Black Men and Masculinity. Nueva York y Londres, Routledge.

Martí, José (1963). “Mi raza”, en Obras Completas t.2. La Habana, Editorial Nacional de Cuba, pp.298-300.

Morales, Esteban (2007). Desafíos de la problemática racial en Cuba. La Habana, Fundación Fernando Ortiz.

Morales Fundora, Sandra (2001). El negro y su representación social. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales.

Nodal, Roberto (1986). “The Black Man in Cuba Society: From Colonial time to the Revolution”, en Journal of Black Studies,16 (3), pp. 251-267.

Rubiera Castillo (1997). Reyita, sencillamente. La Habana, Pro-Libros.

Stolcke, Verena (1992). Racismo y sexualidad en la Cuba colonial. Madrid, Alianza Editorial S.A.

Viveros, Mara (2003). “La imbricación de los estereotipos racistas y sexistas. El caso de Quibdo”. En 150 años de la abolición de la esclavización en Colombia. Desde la marginalidad a la construcción de la nación. Bogotá, Editorial Aguilar, pp.508-529.

Notas

(1) Ya existen varios estudios que han abordado diferentes aspectos de estas problemáticas, en toda su complejidad. Véanse González Pagés, 2010; Oliva Hernández, 2016. Dentro de este repertorio bibliográfico también se encuentra el presente libro en su edición cubana de la Editorial Abril del año 2015.

(2) Uno de los ejemplos más paradigmáticos dentro de nuestra historia nacional es el caso de Cecilia Valdés. Véase Villaverde, 1981.

*Este texto es el Capítulo 1 del libro ¿Es fácil ser hombre y difícil ser negro? Masculinidades y estereotipos raciales en Cuba (1898-1912), de Maikel Colón Pichardo. Se reproduce con la autorización expresa del autor. Disponible en Amazon y en el sitio web de la editorial.

Maikel Colón Pichardo

Historiador e investigador. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Barcelona (2013). Por más de una década ha trabajado sobre temas relacionados con la Historia, las identidades raciales y los estudios de masculinidad en Cuba. Ha obtenido varios reconocimientos, entre ellos el Premio Calendario en colaboración con el Instituto Cubano del Libro (2014). También ha recibido becas de estudio e investigación de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo, el Instituto Tepoztlán para la Historia Trasnacional de las Américas y la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA). En 2015 fue publicada en Cuba la primera edición de ¿Es fácil ser hombre y difícil ser negro? Masculinidad y estereotipos raciales en Cuba (1898-1912).

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