Me llamo Gabriela González Fernández, tengo 24 años y soy diseñadora gráfica. Desde que tengo memoria sentí la necesidad de verme como una niña: usaba los vestidos y el maquillaje de mi madre y me ponía trapos en la cabeza para fantasear con la idea de tener el cabello largo.
Era un comportamiento que me aterrorizaba que descubrieran los demás porque siempre que adoptaba estas poses en público era corregida por mis padres.
Mi hogar es un lugar lleno de espejos. El estar en mi casa en la intimidad con mi reflejo era algo agobiante, en contraste con el amor propio y confianza que tiene mi madre, que de alguna forma ha estado presente siempre como inspiración, pero a la vez me hacía sentir mal por no ser aquello que admiraba.
Siempre odié mi cuerpo y esto se fue agudizando a medida que me adentré en mi juventud y empecé a verme más masculino. Odiaba mi espalda ancha y el vello expandiéndose por toda mi piel. A esto se sumaba que nací con numerosas imperfecciones físicas por las cuales me han herido muchas veces y dañado mi autoestima.
Mi voz se hacía cada vez más insoportable a mis oídos, así que cada vez hablé menos para no escucharla. Unas veces intenté pasar desapercibida y otras encajar. Pero nunca funcionó. Siempre había un gran vacío.
Con el inicio de la cuarentena y en plena tesis descubrí algo que me haría entenderlo todo: Faceapp, una aplicación que entre sus opciones me permitía cambiar de género. Así nació Nyra, mi alter ego femenino y por primera vez en toda mi vida me sentí cómoda con mi apariencia.
La fascinación por este «personaje» ocupó mi tiempo de aislamiento cumpliendo, desde el arte digital, deseos que no exteriorizaba por miedo: ser modelo, actriz, cantante, famosa, el centro de atención.
La tecnología me permitió descubrir que mi vida hasta ese entonces había sido una gran mentira y ahí comenzó mi transición. Ahí me sentí auténtica. Ahí creé mi burbuja, y romperla cuesta porque la vida real es mucho más cruel.