Foto: Pedro Sosa Tabío.

Corshop: bisutería con corchos

Dos hemanas en medio del encierro por la pandemia convirtieron un pasatiempo en un emprendimiento familiar donde reutilizan corchos para manufacturar piezas sencillas y únicas.

Apoyada en una mesita de madera de un metro por un metro, Sandra Milián usa una pequeña fresadora eléctrica para pulir un fragmento circular de corcho. Frente a ella, su hermana mayor, Claudia, agarra un pinchito metálico entre las muelas de una pinza y le abre un pequeño agujero a otra pieza de corcho, pasa una argolla metálica, la sella. El papel que usan como mantel para no dañar la mesa está lleno de polvo carmelita. Lo sostiene una cesta de mimbre rellena de corchos.

Las hermanas están trabajando en la sala de su apartamento, donde no faltan los adornos. Hay cuadros en las paredes, en los cuales resalta entre fotos familiares una réplica de La silla de Lam. Sobre una mesita, una planta hace su vida en una maceta toda forrada, también, con corchos. En otra, se simula una naturaleza muerta con un matraz de base redonda del que salen algunas espigas largas; en el fondo del recipiente hace función de tierra un montoncito de corchos.

Foto: Pedro Sosa Tabío.

«Nuestra madre siempre los ha coleccionado —cuenta Claudia Milián—, a ella le encanta tener la casa llena de detallitos de este tipo. Hemos crecido con la familia y los amigos regalándolos cada vez que descorchan una botella por fin de año o por cualquier motivo».

En el verano de 2020, luego de meses de confinamiento en La Habana, Sandra escribía desde la casa su tesis de licenciatura en Ingeniería Química; y Claudia, que es comercial en un taller de diseño, estaba temporalmente sin trabajar.

A Claudia, la mayor de las hermanas, se le ocurrió utilizar el tiempo de ocio de las dos en hacer algo con los corchos que habían acumulado a lo largo de los años. Adornos, manualidades. Pronto, aquella idea se convirtió en una idea de negocio.

BISUTERÍA CON LO QUE SE TENGA A MANO

Sus aretes marca Corshop no parecen demasiado complicados de confeccionar. Sin embargo, llevan corcho, silicona, pintura, argollitas, enganches y, sobre todo, paciencia y habilidad para cortar, lijar y perforar el material sin romperlo.

Al principio, solo tenían los corchos y la aptitud para las manualidades. Esta, según dicen, viene de familia.

Comenzaron haciendo marcos para fotos, que llevan mucho de lo que tenían, corchos; y poco de todo lo demás. «Nos dimos cuenta de que debíamos tener una seña identificativa —dice Claudia—, algo que nos representara, porque en la cantidad de tiendecitas que hay, lo que más ves de corcho son cuadritos y cosas por el estilo. Entonces, nos pusimos a pensar en qué nunca habíamos visto por ahí, y así llegamos a los aretes».

Foto: Pedro Sosa Tabío.

Cuando empezaron a confeccionarlos, seguían sin tener los materiales necesarios. Intentaron comprarlos, pero en Cuba las pistolas de silicona, la silicona, las pinturas de acrílico y muchos otros productos los proveen personas después de importarlos para venderlos a un precio superior al original. Por la reducción de vuelos internacionales para contener la pandemia en el país, aquellos productos no aparecían o tenían precios demasiado elevados para el joven negocio de las hermanas.

Encargaron cuanto necesitaban a través de Amazon, pero en esta plataforma no existen envíos a Cuba, así que debieron esperar la visita de un familiar para que les trajera el encargo. Eso ocurrió en noviembre, pero desde agosto comercializaban su trabajo.

Lo lograron gracias a recoger todo lo que pudiera servir y tuvieran a su alcance: cuenticas, pinturas, brillos, partes de otros aretes…

«La gente veía lo que habíamos hecho y nos decían: “quiero este modelo, así mismo”, pero no había manera de hacerlo. Como no teníamos material y usábamos lo que encontrábamos, cada modelo era único. No había forma de replicar alguno. En ese momento no teníamos ni catálogo. ¿Para qué? Si cada pieza era diferente», cuentan.

Cuando su pedido estuvo en Cuba, pudieron comenzar a elaborar el catálogo y trabajar con varias series de un mismo modelo. Pidieron mucho de cada pieza y producto, para que les durara hasta que fuera posible conseguir más. En cuanto a su material principal, eran tantas y tan grandes sus cestas repletas de corchos, que aún hoy, tras meses de trabajo, los siguen empleando con soltura. Además, si antes los amigos y familiares se los guardaban para complacer a su mamá, ahora lo hacen para contribuir con el emprendimiento.

Foto: Pedro Sosa Tabío.

UN NEGOCIO FAMILIAR

Al principio, ambas estaban en casa, una escribiendo su tesis y la otra de descanso obligado por la pandemia. Con el paso del tiempo, Sandra se graduó, comenzó su servicio social, y las medidas de cierre en La Habana se flexibilizaron, así que Claudia retomó su trabajo. De repente, se vieron teniendo que sobrellevar sus oficios habituales y, además, su nuevo negocio.

Por eso, trabajan solo a través de redes sociales y por encargo. Aun así, a veces a alguna no le alcanza el tiempo para sentarse a hacer aretes.

«Desde que empezamos, nosotras dos somos la mano de obra —señala Sandra—, pero Corshop ha funcionado como una especie de negocio familiar. Cuando una no puede o estamos muy apuradas con alguna entrega, lo mismo se sienta mi mamá que mi papá, o los dos, y se ponen a hacer los aretes también».

Foto: Pedro Sosa Tabío.

Claudia agrega que cuando comenzaron a trabajar se les complicó hacer llegar los productos a los clientes: «Ha habido gente que ha ido a buscar aretes a mi trabajo, que es en Playa, pero otros viven muy lejos o no quieren salir y, actualmente, sobre todo por la pandemia, casi todos los negocios han tenido que empezar a hacer entregas a domicilio».

La solución encontrada fue la misma que para el problema del tiempo disponible: la entrega la puede hacer una de ellas dos, su papá o el novio de Claudia. Todos a su alrededor han terminado sumándose al proyecto.

VÍNCULO CON OTROS EMPRENDIMIENTOS

Tanto Sandra como Claudia promueven la relación con otros proyectos. Les gustaría hacer alianzas para confeccionar piezas exclusivas, participar en bazares y actividades por el estilo.

En noviembre de 2020 estuvieron a punto de formar parte del bazar realizado por varios emprendimientos en la sede de Amarillo Coworking, pero, por falta de tiempo, no lograron confeccionar la cantidad de piezas necesarias para mostrar los tres días que duraría la actividad.

Foto: Pedro Sosa Tabío.

También han pensado crear un modelo de aretes junto a Concreta, otro proyecto de bisutería que tiene el concreto como material básico. Incluso, tienen un boceto del posible diseño. No lo han podido realizar por la misma razón: no es fácil llevar dos trabajos a la vez.

Sí han logrado acuerdos para comercializar sus trabajos en la tienda virtual Farsí y en PekeArt, ubicada en la calle Estrella, en Centro Habana.

«A través del perfil de la tienda, yo sigo otras cuentas en redes sociales —cuenta Midoris Padilla en representación del emprendimiento PekeArt—; de esta manera, en Instagram encontré Corshop y lo empecé a seguir. Me encantó lo que hacen y se dio el contacto porque es lo que buscamos tener en nuestra tienda: un trabajo muy lindo y exclusivo».

Foto: Pedro Sosa Tabío.

«Nos trajeron una cantidad de productos para probar, a ver si se vendían —agrega Midoris—, y los han comprado casi todos. Queremos que traigan más y estamos esperando que puedan producirlos».

Además de la estética, el corcho es un material vegetal biodegradable. Proviene de unas capas que se forman naturalmente alrededor de una especie de árboles, que se pueden extraer sin causar daño alguno a la planta y se regeneran con el tiempo. Es una materia prima amigable con el medioambiente porque no contamina y porque se puede reutilizar: de las botellas a las cestas de las hermanas, de ahí a la mesita de trabajo y luego a adornar las orejas de sus clientes.

Foto: Pedro Sosa Tabío.
Pedro Sosa

Periodista en formación. Amante de la Ciencia Ficción y el misterio. Fanático a contar historias de todo tipo, a escribir y a capturar pedazos de realidad con una cámara en las manos.

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