El papá de Oliver y yo siempre estamos hablando, teorizando, soñando para nuestros hijos mundos más justos y hermosos. En una de nuestras largas conversaciones, esta vez sobre lactancia materna, me contó que un día, en una fiesta, una muchacha con la que estaba saliendo despotricó de las madres amamantadoras. Como si las que deciden dar de mamar a sus hijos fueran sancionadas, automáticamente, por un ideal de liberación femenina. Alegó que su cuerpo era solo de ella y no quería que sus lindas tetas, ofrecidas con libertad plena a los amantes, se convirtieran por obligación en alimento para bebé.
Él me contó que, desde ese día, dejaron de interesarle los pechos de aquella chica. Mientras me miraba amamantar a nuestro bebé, con la mirada tierna y un ligero fulgor de deseo en los ojos, me confesó que no podría amar a una mujer que se negara a darle el pecho a su hijo.
Mi primer bebé estuvo con lactancia exclusiva hasta los 6 meses y luego acompañada de alimentación variada hasta los 2 años. Mi segundo hijo igual estuvo hasta los 6 meses con pecho exclusivo y ya casi cumplirá 10 pegado a la teta. Mis hijos no han usado biberones, ni tetes, ni ningún otro artefacto que imite a la teta. Nunca me he sentido más amada, más útil, más libre, más importante, más creativa, más inteligente, más sensible y más emancipada que cuando he amamantado a mis hijos.
Tengo amigas que han sentido lo mismo que yo, sin embargo, existen mujeres que tienen muchos argumentos para no dar el pecho a sus bebés.
Primero un grupo de ellas no desean dar de mamar por una cuestión estética, por temor a las consecuencias físicas que implica la lactancia. Las tetas pueden hincharse y luego agrietarse, ajarse, caerse, ablandarse… Y las tetas, sabemos, son una parte importantísima no solo del cuerpo de la mujer, sino de la cultura, del universo simbólico que los humanos hemos construido durante siglos.
La imagen femenina que con mayor frecuencia han divulgado los medios de comunicación hace que miles de mujeres se sientan inconformes con sus cuerpos. Si se trata de los senos, esa presión es aún mayor. Las tetas son imágenes recurrentes en la cultura universal, hay escotes por todas partes. Sin embargo, los senos se proyectan más en su función sexual que en su condición nutricia. Incluso, su función sexual queda relegada, en muchas ocasiones, a un sentido más potente desde el punto de vista simbólico.
Cuando vemos en la televisión o el cine un escote pronunciado, no pensamos a la primera en el sexo, porque muchas veces esos pechos perfectos que se asoman son una metáfora del poder, del éxito. Una metáfora construida, a mi modo de ver, desde un enfoque patriarcal.
Además de quienes no dan la teta simplemente para que no se les caigan, intentando parecerse más y para siempre a las chicas de la TV, existen aquellas que, por una convicción más profunda, se niegan a amamantar. Podemos encontrar argumentos como la inconformidad ante las presiones familiares y sociales a favor de la lactancia.
Yo busco estar más cerca de la naturaleza, de la animalidad que vive en nosotras y que aflora con los fluidos, con la sangre de la menstruación, con la leche de nuestros pechos. Creo que defender esa animalidad me hace más humana, aunque estar más pegadas a lo natural, a lo animal, según el criterio de algunas chicas, hace a las mujeres inferiores.
Además de las que se enfrentan a esa condición natural, están las que defienden el criterio de que el cuerpo es un territorio «personal e intransferible». Y están las que convoyan todos los argumentos e insisten en que dar biberón resuelve todos los problemas: los estéticos y los ideológicos.
Hay mujeres que creen que solo el biberón permite compartir la crianza a partes iguales, permite el descanso en las noches y la independencia del cuerpo femenino.
Existe otro grupo de madres que no manifiestan abiertamente su rechazo a amamantar y se dicen a sí mismas y a los demás que no tienen leche. Los mamíferos amamantan a sus crías. A las lobas no les falta la leche para alimentar a sus lobeznos, ni a las leonas, ni a las tigresas, ni a las ciervas, pero cuando una mujer dice que no tiene leche, no hay Dios que la convenza de lo contrario.
Ni la madre Naturaleza con su sabiduría sempiterna puede explicarle a esa mujer que nació con tetas porque le está dado amamantar. Esa negativa puede ocurrir por varios motivos. El cansancio, el dolor, las malas noches, el miedo a la dedicación que implica la lactancia. Algunas mujeres tienen sensaciones desagradables cuando el bebé succiona, otras sienten mucho dolor en los primeros días y no pueden superar esa etapa.
Otras madres no pueden amamantar porque están solas, porque tienen que trabajar, porque sus dinámicas les impiden dar de mamar a sus hijos, aunque quisieran. Para dar la teta y solo la teta hasta los 6 meses es casi imprescindible estar acompañada, segura, amada; se necesitan unas condiciones mínimas de bienestar que no todas las mujeres tienen.
La lactancia no debe verse como una obligación, sino como una opción. Una opción que debe ser respetada por las que se le oponen y por las que la defienden. En mi búsqueda de otros criterios sobre el amamantamiento no solo encontré posturas extremas entre las anti-lactancia, también entre las pro-lactancia.
Están por ahí las tetaxtremistas, madres que querrían linchar a toda mujer que no dé el pecho a su hijo. Esas aseguran que los niños de biberón son feos, apestosos, brutos, serán personas deficientes y morirán jóvenes. Yo tengo una amiga tetaxtremista que anda con una bazuca al hombro dispuesta a derribar a cualquiera que esgrima un criterio distinto.
Una vez, para molestarla, le mandé un mensaje diciéndole que estaba loca por quitarle la teta a Oliver, que me diera un consejo para el destete. Ella, tan tetaxtremista como es, me mandó un sticker que decía: «Lactar es amar» y me retiró el habla por tres meses.
Amar no es privativo de las madres que amamantan, las que deciden no hacerlo también aman, como también aman aquellas mujeres que, por decisión propia, no quieren tener hijos. Por otra parte, creo que lactar es mucho más que amar. Lactar es sacrificio, es dolor, es fuerza de voluntad, es cansancio, es dedicación, es renuncia a muchas cosas, es armonía, equilibrio, apoyo familiar.
Simplificar la lactancia a una frase hecha es bastante superficial, como también lo son, a mi juicio, muchos de los mensajes promocionales a favor de la lactancia materna. Un ejemplo claro son las fotos de mujeres que amamantan. Imágenes idílicas que dejan ver un seno redondo y liviano, casi pornográfico, un seno impecable y perfecto adornado, en ocasiones, con la manito del bebé. Un seno lleno de leche es un seno que cae, un seno pesado, a veces con estrías. Nunca he visto un seno así en la televisión.
Nunca he visto en un afiche unas tetas como las mías, medio transparentes, llenas de venitas verdeazules como las de una mamá extraterrestre. Cuando esos mensajes a favor de la lactancia se parezcan más a la vida real, a las tetas reales, tal vez algunas mujeres pierdan el miedo a amamantar.
Además de las fundamentalistas de la teta en la postura pro-lactancia, están las que yo llamo tetarrobot. Son las madres que andan con un cronómetro en la mano, porque le toca al bebé tomar el pecho a las tantas horas exactamente. Treinta minutos cada pecho con treinta minutos de golpecitos en la espalda para sacar los gases entre una teta y la otra. La mano se pone en forma de C para controlar la salida de la leche y ayudar a que el bebé respire mejor.
Esas madres luego de seis meses dando la teta no han cambiado sus técnicas y son super-estrictas con horarios, posiciones, combinaciones de pecho y comida. Si come carne no se le puede dar el pecho hasta una hora después, o primero la comida y después la teta, porque si no, el niño no come. Si el niño tiene ganas de la teta, ellas pueden negársela porque aún no le toca. Y cuando le toca, le embuten la leche al niño, aunque no tenga ganas.
No sé si es peor ser una tetaxtremista o una tetarrobot. Yo pudiera definirme como una tetahippie. He optado por una lactancia sin fórmulas, sin radicalismos, sin ajustadores, sin pezoneras, sin extractores. Yo creo que la leche materna es lo mejor para los bebés. Mis dos hijos vivieron solo con pecho hasta los seis meses y fueron gordos, hermosos, sanos y risueños.
Creo que dar de mamar representa no solo un pilar en la relación con mi hijo, sino también en la relación conmigo misma. La lactancia me equilibra, me centra, me eleva. Yo he optado por una lactancia a demanda. Mi bebé ya come de todo y cada día es más fanático de la teta.
Cuando está en huelga de alimentos y se pasa días sin querer comer lo que le hacemos en casa, puede alimentarse perfectamente solo con leche materna sin bajar de peso. Opté por despertarme en las noches para darle la teta todas las veces que él quiera. Mi primer hijo nunca durmió toda la noche hasta los dos años cuando dejé de darle el pecho, y sé que con el hermano viviré algo parecido.
Ahora solo amamanto en casa, por el coronavirus, pero con mi primer hijo me sacaba la teta lo mismo en una guagua que en una recepción de lujo. No me importan los espacios ni las posturas. Oliver chupa la teta acostado, sentado, recostado, parado, hasta de cabeza y desde los brazos del papá.
Tampoco creo en las supersticiones de la salida de los dientes. Mis dos hijos tuvieron su primer diente a los dos meses y a los seis tenían los ocho dientes afuera. Les enseñé a no morderme desde que asomó el primer dientecito.
Oliver puede hasta reírse con el pezón entre los dientes y no me muerde. Tampoco es cierto que la malta con leche haga que se te llenen las tetas. A mí me abunda la leche porque el bebé está siempre succionando. La producción baja cuando estoy estresada y sube con las cosas ricas de comer, el sexo, las buenas noticias, la risa, el sueño reparador.
Yo, que he optado por la lactancia materna, también he recibido presiones sociales, he recibido las críticas y las malas caras de la gente. He tenido que aguantar comentarios como: «¿Pero tú todavía le das teta a ese niño?» «¡Muchacha, pero se te van a caer las tetas!» «¡Oye, ya no le des más teta que eso es agua nada más!»
Todos me molestan porque creo que son irrespetuosos, pero los que más me indignan son los referentes al carácter acuoso. Mi leche no se convierte en agua a medida que pasa el tiempo, todo lo contrario: se convierte en grasa. Con los meses aumentan las calorías de la leche materna.
Estoy convencida de que la teta es lo mejor para mi hijo. Soy muy feliz siendo una tetahippie. A veces ando por la casa vestida solo de la cintura para abajo y Oliver casi siempre encueros coge la teta en posiciones inverosímiles.
Cuando mi mamá nos ve me dice: «Niña, pareces una salvaje.» Y cuando mi hijo mayor se sienta a observarnos con dulzura me dice: «Mamá, qué lindos, ¡parecen una sola persona!».
Ambos comentarios me hacen sentir orgullosa de mi decisión. Una decisión que no solo incluye el cuerpo, sino también la mente y el espíritu. Más allá de todas las posturas anti-lactancia, las estéticas y las ideológicas, las más radicales y las más livianas, las superficiales y las profundas, las tetas están ahí por una razón.
Me parece bien que cada mujer haga con sus tetas, con sus brazos, con sus ojos y con sus orejas lo que desee. No me gustan los juicios sobre otras mujeres, ya sea porque optan por el biberón o por dar el pecho. Las leches maternizadas salvan hoy a los bebés que no prueban la leche materna, los hacen lindos y gordos. ¡Pero, ojo con la Naturaleza!
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