Niño corre y juega en un patio de una casa en La Habana
Foto: Jorge Ricardo.

El niño está en candela

Los padres nos debatimos entre los consejos, las tradiciones familiares y las orientaciones de los médicos. Cada uno cría a los hijos como puede, como siente y como intuye. 

Cuando Oliver nació, le pasé la ropita al enfermero de neonatología que lo recibió para que lo vistiera. Ese era el protocolo. El muchacho me lo trajo y lo primero que me dijo fue: «¿Mamá, usted no tiene un gorrito, unas mediecitas, un trapito para envolver a ese niño?» 

Diez años antes había nacido mi primer hijo. Yo llevé camisita, chalequito, mediecitas, guantecitos, gorrito y un bellísimo pañal bordado, con el que la mejor amiga de mi madre había arropado a sus dos hijos medio siglo antes. 

Diego estuvo grave de muerte y lo llevaron a terapia de inmediato. Al segundo día de su nacimiento, cuando pude verlo, la seño que lo atendía me devolvió todo el ajuar, y se quedó solamente con los culeros desechables. «Nada de eso le hace falta a su niño, mamá. Siéntese y dele la teta.» 

Durante los días que el bebé estuvo en terapia, aquella enfermera me enseñó cómo cargarlo, cómo bañarlo, cómo perderle el miedo. De ella aprendí lo esencial para mantener a mi hijo sano y salvo. Nunca supe su nombre, o no lo recuerdo; no sé si era una enfermera friky o si sus prácticas de cuidado infantil estaban en los manuales. 

A Oliver me lo entregaron con un monito sin patas, de manga corta, que había sido de Julia, la hija de unos amigos. El monito era verde con pinticas blancas. El resto de los bebés de la sala de recuperación estaban ataviados con lujosos trajecitos y sus consabidos aditamentos. Solo se les podía ver la carita, de vez en vez, cuando sus madres no la tapaban con los paños bordados. Así comenzó para nuestro hijo un modo de vida semidesnudo y medio salvaje.

Los padres nos debatimos entre los consejos, las tradiciones familiares y las orientaciones de los médicos. Cada uno cría a los hijos como puede, como siente y como intuye. 

Oliver es un niño especial, un bebé marsupial. Con veintiún meses sigue pegado a la teta y le encanta estar encima de su mamá. A pesar de esa dependencia, es muy desprendido para otras cuestiones. No tiene cuna desde los diez meses porque él prefirió dormir en la cama con nosotros. No admite corrales, asienticos ni coches. Solo usa la sillita de comer, porque también para eso es muy independiente.  

Con él nunca usamos tetes, biberones, cargadores, fulares, medias ni gorritos. Durante el día le poníamos muy poca ropa o ninguna; solo para dormir era vestido con culeros desechables. Así anda el niño por la casa, como un pequeño salvaje, como dice mi mamá. Aprendió a caminar a los diez meses y solo a los catorce fue que le pudimos poner zapatos. Hoy prefiere andar descalzo sobre la yerba, las piedras y el fango. 

Cuando era muy chiquito lo bañábamos en una palangana, sobre la cama; pero como a los seis meses su papá lo metió en el lavadero y lo bañó con agua fría. Desde entonces el niño prefiere el agua de la pila, incluso para beber. Cuando nos tomábamos el trabajo de hervir el agua, él se pegaba a la pila del lavadero durante el baño y decidimos dejar de hervirla. 

Durante el primer año, nuestra vida fue apacible y el tiempo nos daba para todo. Los últimos seis meses han sido muy intensos y los cuidados de Oliver han requerido el doble de esfuerzo, tiempo y energía creativa. Creo que cada niño es, en gran medida, lo que sus padres moldeen. Nosotros estamos contentos con nuestro hijo, somos fanáticos a él, aunque nos saque el kilo. 

Su hermano dice que es el mejor niño del mundo. Pero el modo de crianza ecléctica semidesnuda y semisalvaje por el cual hemos optado también tiene su lado complicado. 

Hemos basado nuestro modo de educar y proteger a Oliver con una crianza a cuatro manos. Aunque el niño prefiere a su papá para la mayoría de las actividades cotidianas, necesita saber que estoy ahí, muy cerca, y que con un silbido de papá puedo aparecer para apoyar «la tarea». 

El niño necesita saber que estamos juntos, que somos uno para él. La cosa se complica cuando tenemos trabajo y uno de los dos se queda solo con el bebé. Casi siempre me quedo yo, pues tengo la facilidad de trabajar desde casa. Se corren todos los horarios porque el niño espera a que llegue su papá y, por más que le explico, él desea que estemos los tres juntos. 

La otra complejidad de que solo uno de los dos se quede con él es que no podemos hacer otra cosa que no sea vigilarlo. Ese día, si es papá quien lo cuida, no hay comida, ni fregado, ni limpieza. En los últimos tiempos he aprendido a fregar con una mano y con el otro brazo lo tengo cargado. Cuando tengo que cocinar algo rápido, lo subo en la meseta y lo hacemos juntos.  

Oliver es voluntarioso, incansable. Trepa, corre, sabe patear la pelota, tirar piedras y camina sobre el piso mojado sin resbalarse. Tiene las rodillas casi siempre raspadas y los pies muy sucios. Se cae y se levanta sin ayuda y sigue. Es una aplanadora. No le tiene miedo a nada. Toca a los perros y a los gatos. Una vez agarró un majá, apretó una rana y se comió un ciempiés enrollado pensando que era un frijol. 

Él es feliz en el monte, en la playa, en los espacios naturales. Oliver toma sus decisiones. Se le pregunta lo que desea hacer y vivimos en función de él y sus deseos. Se le dice mucho que NO y las frases más repetidas con él son: «suavecito…», «ten cuidado…» «Oliver, suave». Se le explica y se le habla como a un niño grande y sabemos que él entiende aunque no dice aún ni una palabra. 

Nuestro hijo tiene sus horarios bien establecidos para las comidas, su siesta y su sueño en la noche, siempre sobre las 8 pm; pero está siendo difícil para nosotros poder llevar todo con la misma intensidad que antes. Yo, que decidí no pedir licencia de maternidad y trabajé más que nunca durante mi embarazo y el primer año del bebé, ahora me demoro en entregar textos, hago de tripas corazón para preparar clases, tutorear tesis y seguir con los trabajos de siempre. Me regañan por las demoras y no me queda otra cosa que decir que la típica frase: «Es que tengo un niño chiquito.» 

Ese niño demanda mucho de nosotros. No juega con juguetes, se aburre rápido de los juegos en casa y hay que sacarlo a un terreno extenso por lo menos una vez al día. En la Yerbita, que así le decimos al terreno, él corre, juega con pelotas, juega con piedras, palos, tierra, abraza los árboles y se siente muy libre.  

Cuando se queda con su abuela, porque los dos tenemos trabajo el mismo día, Oliver llora por la teta y a veces protesta, pero se porta bien. Mi mamá se desenvuelve con él y las cosas de la casa, porque lo mete en un corral que nos prestó la vecina. Con ella él se queda tranquilito ahí hasta media hora. Mi mamá me llama tres o cuatro veces por teléfono y me dice: «Dale, que el niño está en candela». 

Cuando llego, mi mamá lo tiene vestido, con zapatos y hasta con un moñito. Se ha bañado y ha comido, pero ha llevado a mi madre a paso de conga por toda la casa. Ella dice que Diego era tranquilito, pero Oliver es villalla. Yo le digo que Diego fue un niño muy feliz y risueño y que Oliver también lo es.  

No le aconsejaría a nadie llevar nuestro modo de vida; a la vez que agradezco tener un pequeño tan alegre, valiente, habilidoso, saludable, cariñoso y listo. 

Hemos encontrado gente que nos mira con desprecio porque dejamos a Oliver meterse en los charcos de agua, mojarse en el aguacero o jugar con tierra. Hemos encontrado a otros que nos dicen que ese niño está muy malcriado, pegado a la teta todo el día y haciendo con nosotros lo que le da la gana. 

También nos hemos topado con algunos que, cuando nos alarmamos porque se mete un poco de tierra en la boca y corremos a sacársela, nos dicen: «Déjenlo, que coma tierra, que eso es normal». Siempre habrá quien te critique con cariño o con ligera maldad. Porque cada uno ve la crianza de los niños como entiende. Mientras tanto, él sigue por la vida sin miedo, descubriendo el mundo y dándose golpes en las pantorrillas. Ya veremos hasta dónde nos dan las fuerzas para llevar su ritmo y seguir trabajando y creando. Por suerte, nosotros creemos que siempre el amor es más fuerte y en nuestros planes nos vemos juntos para él, para que su hermano siga diciendo que es el niño más tiza del mundo.   

Isabel Cristina

Mamá de dos hijos varones. Teatróloga. Escritora. Máster en Pedagogía del Teatro. Profesora de la Universidad de las Artes (ISA).

Esta entrada tiene 3 comentarios

  1. Yudd

    Me he reído muchísimo con el ciempiés-frijol. ¡ Y cómo pican esos bichos! Hace una semana pensé, hace rato no leo nada de Isa…y supe que extrañaba tus escritos. ¡¡Disfruto de tu experiencia materna un montón!!

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