«Molokotov»: de viaje hacia los límites

La protagonista de la novela es una reportera venezolana radicada en México que atraviesa la crisis sanitaria y otras crisis relativas a su profesión, la persecución política y la condición de inmigrante.

Molokotov es el título ganador del Premio Internacional de Novela Breve Rosario Castellanos 2020. Es la segunda novela de Julieta Omaña, escritora caraqueña radicada en México, quien desde 2015 organiza anualmente el Premio de Cuento Santiago Anzola Omaña, dirigido a estudiantes universitarios en Venezuela. La protagonista de la historia, Dolores Alcántara, es una reportera venezolana radicada en México en tiempos de pandemia, quien atraviesa no solo esta, sino otras crisis como periodista, perseguida política e inmigrante. Molokotov se presentó el 29 de abril en la galería Henrique Faria en Manhattan, Nueva York. La presentación estuvo a cargo de la autora, de la académica María Isabel Alfonso y de la poeta Keila Vall. En los próximos meses tendrá lugar el lanzamiento de la novela en Madrid.

Presentación del libro en Nueva York.

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La noción de «liminalidad» o «liminality», desarrollada por los antropólogos Arnold Van Gennep y Victor Turner, alude a un momento intermedio en las sociedades ritualistas, en que el sujeto experimenta una suspensión en su subjetividad para llegar a un nuevo estado de evolución psico-social a través del rito. En ese momento liminal, las nociones de identidad, tiempo y comunidad quedan disueltas en anticipación al estado posterior. El sujeto atraviesa una sensación de ambigüedad, desorientación y apertura, que permite «el paso» a un nuevo yo. 

Molokotov es una novela de exploración liminal iniciática donde la protagonista, Dolores Alcántara, a través de una serie de suspensiones y reajustes espacio-temporales, da un giro radical a su vida al emigrar de Caracas a México. Impulsada por la crisis de su Venezuela natal, emprende un viaje que no es solo espacial, sino hacia los límites de su yo. Este recorrido expone al personaje a una constante vulnerabilidad que culmina con un viaje a lo «real, con lo cual casi siempre terminamos topando, tarde o temprano».  

La novela comienza in media res, cuando Dolores debe regresar a Venezuela pues su padre ha enfermado. Es ahora un viaje en reverso, de Ciudad de México a Caracas, y del aeropuerto de Caracas al lugar de aislamiento donde Dolores, quien es también la narradora de la historia, debe permanecer en espera de los resultados de su PCR por cuatro días.

Quedamos así suspendidos, con la protagonista, en una cuarentena liminal de rememoraciones y exploraciones. Es en ese intervalo expandido que la novela sucede.

La reafirmación del sujeto femenino ocupa un lugar protagónico. Los dos momentos en que suena el teléfono con noticias de su padre enfermo, Dolores debe salir de la cama donde ha pasado la noche con un hombre, diferente en cada ocasión. Aún en situaciones límites, su sexualidad liberadora lleva las riendas de su cotidianidad.

La autora, Julieta Omaña, durante la presentación del libro en Nueva York.

El tratamiento del espacio en la novela contribuye a la conformación de esta zona de exploración de lo sexual cuando Dolores, como parte de su rutina, va de recorrido por cabarets, cantinas, discotecas y bares de Ciudad de México, los cuales describe con precisión cartográfica. Esta cartografía incluye también recorridos por sitios históricos los cuales son descritos por la narradora con gran magistral erudición. 

Dolores nos habla de sus andanzas por Tepito, uno de sus barrios favoritos: «Espacios ligados a la periferia, domicilio de ciudadanos que se ven obligados a convertirse en habitantes; que van y vienen de las zonas donde sí hay empleos formales; que se las arreglan en mantener una cultura propia para que su espacio no se convierta en un «no lugar», como ocurre en los suburbios y ciudades satélite de las grandes capitales». Es ahí en ese Tepito liminal de Dolores, donde «esa sensación de vulnerabilidad obliga a sus pobladores a erotizar lo cotidiano entre la tradición y lo contemporáneo gracias al tequila y el pulque, a las rancheras y guarachas, pero también al rock y ska actuales». 

Esta liberación a través de recorridos por espacios erotizados incluye las interacciones de Dolores en otro de sus «antros» favoritos, el cabaret Barba Azul, ubicado en la colonia Obrera. El cabaret funciona como una suerte de espacio de exorcismo y reivindicación feminista dentro del imaginario local:

La primera vez que fui a mi antro preferido se celebraba un curioso evento de recaudación de fondos para el único hogar de retiro de prostitutas o «sexoservidoras» en el mundo, como anunciaba la publicidad: la Casa Xochiquetzal, ubicada en La Merced, donde actualmente residen aquellas mujeres en edad de retiro, ancianas que alguna vez ejercieron la profesión más antigua del mundo y, como ellas mismas afirman, vienen «de la época donde decidíamos ser putas y no donde nos obligaban. 

(…) Se sentía como una fiesta de reivindicación y de protesta al mismo tiempo ante lo erótico y la servidumbre, ante el placer y la castración. Un halo sensual envolvía el ambiente en el que se percibía la pasión y lo espontáneo del sexo mezclado con la obligación y lo mecánico.

Otro momento de inflexión feminista en la novela es el interés supremo que toma Dolores en explorar el tema del feminicidio en el norte de México. «El incisivo poder patriarcal hunde una y otra vez el sujeto de estas niñas para eliminarlas de la línea histórica y relegarlas a una periferia hueca y remanente».

Toma especial interés en el caso de Rosario Margarita Sepúlveda Ávila, cuyo cadáver fue encontrado en un picadero. La tortura, dentro de estos hechos, ocupa un lugar primordial, pues la vejación de estos cuerpos, víctimas muchas veces de las pugnas entre carteles, va acompañada por algún signo de tortura. 

Comenta la prima de la víctima a Dolores: «Fue bien fuerte: tenía marcas de tortura por el cuello, el pecho y el tórax. No sé muy bien qué le hicieron por ahí —dijo tocándose el pecho con la palma abierta de su mano derecha. Luego de este gesto, no volvió a entrecruzar sus dedos como rezando. Dejó sus manos libres, gesticulando en las descripciones que siguieron—, solo que la asfixiaron y por eso lo del cuello, parece. La agarraron también por delante y por detrás. Feo… Usted sabe… Duro… La violaron, pues. Luego, estaba amarrada de manitas y pies… y el mensaje escrito aquél, como dirigido a Carlos Fernando o a cualquiera que se atreva a meterse con la mujer de uno de ellos, con las esposas, las queridas».

El interés en visibilizar el dolor de estos cuerpos es expreso. Dolores no es, sin embargo, una caricatura feminista. Reivindica, pero también repasa límites, descorre velos, derriba tabúes, se aventura en reflexiones sobre la tortura en el contexto de lo kinky y lo sexual-exploratorio. Mucho antes de sus andanzas por Tepito y el Barba Azul, manifiesta su curiosidad por lo liminal-prohibido, cuando relata su fascinación con el tema de la tortura desde pequeña. 

Dolores —que no por gusto lleva tal nombre— rememora cómo en un juego que jugaba con su hermano y los amigos de su hermano, «me tomaban entre cuatro o cinco niños, inmovilizándome, y me hacían cosquillas hasta que realmente sentía que iba a morir. Entre risa y llanto no podía respirar y hasta me venían ganas de vomitar. Ahora que lo veo en retrospectiva, me doy cuenta de que había algo sexual en todo aquello, entre sexual y perverso».

(…) Quizá, como consecuencia de estas experiencias ordálicas que sufrí en mi infancia, que se encontraban entre el sadismo y el humor, mi interés en el tema de las torturas me ha acompañado siempre. 

Tampoco se queda atrapada en estos límites. Conecta la tortura como impulso con la tortura como función social estandarizada, esa cotidiana que ejercemos sin darnos cuenta:

A veces me pregunto si yo sería capaz de torturar a alguien, si tuviese la frialdad suficiente para herir a otro de esa manera. Quizá si mi vida dependiera de ello. Y qué son esos pequeños momentos en los que torturamos a nuestros amantes, a nuestros padres, a nuestros hermanos. Aunque sea por algunos segundos, nos gusta sentir que dominamos. Que podemos ejercer cierto poder sobre nuestras parejas, que nuestros hijos no van a poder más que nosotros. Pareciera que ese instinto amenazante lo llevamos dentro. Para pasar a otro nivel, sólo faltaría que nos convencieran de que es por el bien común, por una causa final que justifica ese sufrimiento del otro.

Lo mórbido ocupa un lugar central en la novela, y abre una ruta que interconecta temas y subtemas, conformando, diría, la estética de Molokotov: la de un naturalismo descarnado. Dentro de esta estética de lo mórbido liminal cae la reiterada reflexión sobre la tortura en sus múltiples manifestaciones. «En cierto modo, me arrepentí de haber buscado aquella entrevista», expresa Dolores sobre la entrevista a un venezolano que narra las torturas sufridas en prisión. No le creemos. Su real llamado es posicionarse en estas zonas liminales en que explora el impacto de situaciones extremas en su propia psiquis y en la de su entrevistado.

Un momento magistral que expone esta estética de lo mórbido desbordándose en originales interconexiones y asociaciones es el contraste que se establece entre el asesinato de Gabriel, líder estudiantil venezolano, y el «ike-jime», técnica japonese de sacrificar a los pescados minimizando el dolor. Humberto, el padre de Gabriel, al asistir a una feria culinaria en México donde explican y muestran las características del sacrificio, no puede evitar pensar en la muerte de su hijo, que, irónicamente, fue en extremo dolorosa. La voz omnisciente de Dolores comenta: 

A diferencia del mamífero acuático del Japón, a quien desangran rápidamente a borbotones para evitar el sufrimiento y lograr intacta la calidad suave y mantequillosa de la carne, a Gabriel se le contrajeron por unos instantes todos los músculos, cavidades y órganos de su cuerpo por la inflamación encefálica. (…) Lo que sí tuvieron en común ambas víctimas fueron las convulsionadas contracciones, que emulaban el mal de san Vito, por causa del impacto letal: movimientos sinuosos y fuera de control que duraron unos segundos, pero que arrastraron una fuerte ola de vitalidad engañada; arraigo de pulsiones, así como hermosas vivencias y años de existencia que creyeron alguna vez ser eternos.

Dolores reflexiona sobre el hecho de emigrar, y lo hace poniendo el foco en la plasticidad con que quiere asumir el hecho, en el viaje hacia un espacio otro como un proceso transformativo, y no como uno de radicalización. 

Me recordé de aquellos cubanos en Miami que no terminan de abandonar el radicalismo político de lo que dejaron atrás, en lugar de tratar de adaptarse a la nueva circunstancia que les tocó. Era el único caso parecido al venezolano que conocía de primera fuente. Temo quedarme pegada a una existencia que quizá jamás regresará y siento que todavía estaba (y aún estoy) a tiempo de empezar de nuevo. Me costó mucho tratar de penetrar esta otra realidad cuando aún tenía un mundo que investigar y resolver sobre mi país; sin embargo, intuí que para sobrevivir en el exilio debía trazar una nueva ruta, elaborar nuevas tramas. 

Este repasar la condición de inmigrante desde la posibilidad de rehacernos, y de no radicalizar nuestras neurosis, personales, históricas, vitales, una vez pasado el umbral, es parte crucial de esta exploración iniciática liminal de un sujeto que escoge ser flexible y proyectarse hacia un futuro reconfigurado y novedoso, en lugar de anclarse en el pasado conocido.

El kitsch, finalmente, es otra de esas zonas liminales a las cuales el personaje nos conduce. «Llevada de la mano por la música de cabaret mezclada con salsa, junto a lo kitsch y rebelde de la decoración del Barba Azul, me transporté al mundo de estas heroínas cotidianas», dice Dolores refiriéndose a su interacción con las prostitutas en el cabaret a dónde también nos llevará a escuchar a Paquita la de Barrio. Poco después nos familiarizará con el mundo del narcocorrido.

Pero Dolores nos contará también sobre Claustro de Sor Juana y del balazo del Pancho Villa en el techo clásico de la Ópera. La novela, como el cóctel explosivo que le da título, es una mezcla insuperable de registros y vivencias dentro de este viaje exploratorio y de riesgos hacia nuestros propios límites. 

Presentación del libro en Nueva York.

* Este texto se leyó el 29 de abril durante la presentación del libro en Nueva York. Se reproduce con el acuerdo explícito de su autora.

María Isabel Alfonso

Estudió Letras en la Universidad de La Habana y tiene un doctorado en lenguas romances de la Universidad de Miami. Su investigación se centra en la década de 1960 en Cuba, tema que aborda en Ediciones El Puente y los vacíos del canon literario cubano (Universidad de Veracruz, 2016). Su documental de Rethinking Cuban Civil Society (Icarus Films, 2019) explora las complejas dinámicas de la sociedad cubana contemporánea. Es profesora de Joseph's University en New York, donde imparte clases de literatura y cultura cubana.

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