Foto: Yuni Moliner.

Peter, el padre de Viala

Sobre sus hombros recayó la crianza, la educación y el cariño hacia la pequeña. Se trata de una tutela de palabra porque no tiene garantías ni amparo legal.

Peter se levanta antes de las 6 de la mañana y recorre casi sonámbulo el apartamento ubicado en el Consejo Popular Naranjal. A tientas enciende las luces, saluda con fe a sus santos y pide bendiciones. Para cuando Viala despierta, ya está listo el desayuno y puesta en la silla del cuarto la ropa y todo lo necesario para la jornada.

Salen de la casa y hacen el mismo recorrido cada mañana. Antes Viala llevaba el uniforme y no había niña más linda y educada en este mundo, recuerda Peter. Ahora, trabaja como recepcionista en la misma escuela especial Franklin Gómez, de la ciudad de Matanzas.

Se despide con un beso paternal y al virar la espalda, Peter sabe que no es el padre biológico de Viala. Respira profundo y camina por la calle La Merced. Muchas personas no conocen las interioridades de esta historia y es preciso remontarse a 32 años atrás.

Wilfredo Castañeira, alias Peter, crió a su sobrina junto a la abuela de la niña. La hermana de Peter, adolescente de 14 años, ocultó su embarazo durante seis meses. Aunque él mismo entonces comenzaba a lidiar con sus propios conflictos psicosociales, al identificarse como joven gay en medio de una sociedad homofóbica y machista, también me confiesa su dolor ante la realidad de su hermana, una niña de 14 años enfrentando la maternidad. Es por ello que la acompañó durante todo el proceso.

Nació Viala, con esos ojazos llenos de vida y su sonrisa tierna. Peter terminó asumiendo totalmente la paternidad de la niña.

«Viala con 10 años apenas sabía leer. Los médicos aseguraron que tenía un retraso del desarrollo moderado», me explica con un gesto de tristeza.

Peter lo es todo para Viala: mamá, papá y amigo. Conforman ellos uno de los tipos de familias de la Cuba actual basada en los afectos.

Estos últimos diecisiete años Peter ha vivido para cuidar a la niña. Por supuesto, hablamos de algo que va más allá de proveer ropa, comida y techo. Comparten ellos dos una complicidad especial de padre e hija.

Sobre sus hombros recayó la crianza, la educación y el cariño hacia la pequeña. Se trata de una tutela de palabra porque no tiene garantías ni amparo legal.

El proyecto de Código de las Familias abre un camino de esperanza especialmente para las personas que están en su situación. «A pesar de ser dos personitas solas en este mundo, somos una familia grande», me dice mientras espera por Viala.

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Yuni Moliner

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