Jueguetes de diversos tipos aglomerados sobre una silla de escuela
Foto: Jorge Ricardo.

Trabajar entre juguetes

Mis hijos son la primera línea de mi curriculum vitae. Ellos son mi primera especialidad, mi primera profesión y mi primer oficio. Asumir a mis hijos como centro de mi vida, también en el ámbito profesional, ha sido un camino difícil, pero genuino.

Hace unos años una estudiante me pidió consejo. Estaba embarazada y no sabía si tener al bebé porque tenía miedo de perder su carrera como actriz. Yo era mucho más joven que mi alumna, pero tenía un hijo y ella nos había visto correteando por los pasillos del ISA. Mi hijo algunas veces iba a las clases y, desde chiquitico, pasaba de mano en mano cuando los estudiantes iban a repasar a mi casa.

Con mi hijo nacido hice dos tesis, la de licenciatura y la de maestría, trabajé en un montón de lugares, escribí cientos de críticas teatrales, viajé por toda Cuba y expliqué el surgimiento del teatro en Grecia a decenas de estudiantes. Supongo que, por esa experiencia corta pero real, y por la cercanía de edad, la muchacha embarazada me pedía consejo a mí.

Yo recuerdo que le dije tres cosas importantes. La primera: que yo nunca estuve sola. Me apoyaron todos en mi familia, sobre todo mis padres a quienes les importó mucho mi desarrollo profesional. La segunda: que su decisión de ser madre tenía que venir acompañada por su decisión de seguir siendo actriz. La tercera: que ser madre era una carrera personal y que iba a tener que enfrentarse a unos cuantos detractores a lo largo de su carrera profesional.

Mis hijos son la primera línea de mi curriculum vitae. Ellos son mi primera especialidad, mi primera profesión y mi primer oficio. Asumir a mis hijos como centro de mi vida, también en el ámbito profesional, ha sido un camino difícil, pero genuino. He oído muchas veces la frase: “es muy buena hasta que le dé por embarazarse” o “Ella no puede, porque tienen un niño chiquito”.

¿Por qué una mujer en Cuba tiene miedo de que un hijo acabe con su carrera profesional? A pesar del amparo legal y económico de la licencia de maternidad, las madres tienen que sortear no pocos obstáculos en su reincorporación al trabajo.

En su mayoría obstáculos de carácter cultural, que se desprenden de una sociedad con fuertes rasgos machistas que, muchas veces, están solapados. Por una parte, algunos te exigen volver a la normalidad, volver a ser una máquina de trabajo infalible, puntual, de eficiencia pura. Por otra parte, hay quienes dejan de confiar en tus capacidades laborales y te miran con lástima porque has fallado antes de que te dejen intentarlo.

A mi modo de ver, después de parir nunca se vuelve a esa normalidad que algunos te exigen. Ya no serás más una máquina de trabajo, porque nunca se es más humana que luego de traer hijos al mundo. Tu puntualidad dependerá de si al niño le entraron ganas de hacer caca cuando estaban de salida, o de si se quedó llorando en el círculo y tuviste que consolarlo durante una hora.

Tu eficiencia no será pura, porque, aunque seamos de hierro, nuestros hijos no lo son. Tendrán catarros y fiebres y malas digestiones y sarpullidos, y llegaremos tarde a la reunión porque tendremos que ir a buscar hojas de guayaba. Dejaremos de ser yo para ser mis hijos y yo. En las carteras del trabajo habrá bolígrafos, solapines, informes, libros y una muñeca sin cabeza o un avión Lego a medio armar.

Sonará el teléfono y tendremos que responder en plena jornada laboral y salir corriendo porque nuestro hijo se cayó. Tendremos que faltar en los cumpleaños y pedir hojas blancas para los trabajos prácticos.

Ser madres y no renunciar al trabajo implica asumir esa vulnerabilidad y aun así hacernos respetar como profesionales. Yo he tenido buenas experiencias, he contado con el apoyo y el reconocimiento de mis colegas, con el respeto y la comprensión de todos, aun cuando me ausento, desde hace nueve años, en las dos fechas más importantes para un maestro: el inicio del curso y el día del educador.

Esos dos días yo falto a mi escuela porque estoy en la escuela de mi hijo, despojada de todo tinte académico aplaudiendo frenéticamente junto a las otras madres en el matutino especial.

Aunque mi vivencia es positiva, sería ingenuo pensar que todas las mujeres corren con la misma suerte. La realidad es diversa, unas pueden ser madres y cumplir sus sueños al mismo tiempo, pero otras han tenido que sacrificar sus vidas profesionales por los hijos, a veces por falta de voluntad, pero sobre todo por tener carencias económicas, por no contar con la ayuda familiar, por estar solas y desprotegidas ante la gran muralla de dificultades que representa ser madres en cualquier contexto.

Y ahora que tengo otro hijo intentaré llevar mejor las cosas, dedicar el tiempo justo a cada actividad, pues para mí lo más complejo ha sido encontrar el equilibrio perfecto entre maternidad y trabajo. Ese es un aprendizaje que aún debo continuar para que mi hijo pequeño no me diga como su hermano: “Mamá, ya no trabajes más, juega conmigo”.

La estudiante embarazada que me pidió consejo hoy tiene una hermosa niña de cinco años, se graduó de la Universidad de las Artes, es actriz y aunque ahora es famosa y sale en las telenovelas siempre que me ve, me da las gracias.

Y yo me alegro por ella y por esas mujeres que, siendo madres, pudieron ser bailarinas, constructoras, arqueólogas, campeonas olímpicas, enfermeras, científicas o ingenieras. Me alegro por las que luchan cada día por realizarse profesionalmente y no se avergüenzan cuando, por cuenta de sus hijos, faltan alguna que otra vez al trabajo.

Isabel Cristina

Mamá de dos hijos varones. Teatróloga. Escritora. Máster en Pedagogía del Teatro. Profesora de la Universidad de las Artes (ISA).

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