Elizabeth re(a)coge gatos. Rara vez vuelve del trabajo o las clases sin llevar alguno consigo. El que encuentre lo mete en la mochila, en un guacal o lo carga en brazos; minutos después le tendrá nombre. Mikan, Aoi, Haku…: los llama así porque es otaku (aficionada al anime y el manga) «desde chiquitica».
«Menos mal que en lo que vas a escribir no sale el cansancio», me dice Elizabeth Meade Esperón antes de que comience a entrevistarla. Aunque los animados japoneses llenan su vida, ahora apenas dispone de tiempo para ver alguno nuevo; se mantiene siguiendo «los clásicos». A menudo desea que el día tenga 48 horas corridas, pero cree que ni siquiera así le alcanzaría el tiempo para llegar a hacer todo lo que quisiera.
De niña, su amor por los animales hizo que le auguraran una carrera como veterinaria o bióloga. Sin embargo, nunca se imaginó entregada por completo a mejorarles la vida, sobre todo «a los que no tienen amparo». Tuvo que atender fuera de su casa a los primeros que rescató, pero a golpe de insistencia poco a poco se impuso y logró entrarlos.
No le gusta llamarlo refugio porque ningún rescatado se queda para siempre. Confiesa que cruzó «muchos límites para lograrlo, pero tenía que hacerlo porque es un ‘buchito’ de personas el que le brinda su casa a los peludos y pasa el día con ellos».
Con la residencia familiar convertida en un hogar temporal de animales sin techo, hace poco más de dos años Elizabeth pasó de ser voluntaria en una de las principales organizaciones animalistas de La Habana a dirigir la suya propia, que, si bien no deja de auxiliar a los canes, está centrada en los felinos. Suma más de 400 animales adoptados de 2019 a la fecha; y otros cientos que lamentablemente han fallecido. Adopciones por Amor, la bautizó.
De apariencia menuda, esta joven no se está quieta y duerme solo lo necesario. Ni a ella misma le sorprende que en solo dos meses haya perdido 14 libras de peso. Aprendió rehabilitación física en la universidad, antes de que se acumulara la experiencia en el cuidado de los gatos y se descubriera pasando la carrera de veterinaria en un curso para trabajadores.
«Mis animales necesitaban que me superara. Los precios de la atención médica son muy elevados y no tengo tiempo para llevar a 40 animales al veterinario, ni un veterinario puede venir constantemente a la casa», explica. Disfruta investigar todo el tiempo y en lo que se sienta «pobre de información» será en lo que más se enfoque. A pesar de que en el día a día no puede dedicarle mucho tiempo al estudio, es el suficiente para aclarar sus dudas.
Según los colaboradores de Elizabeth, su tolerancia y empatía la hacen una líder extraordinaria. «Pienso que también influye mi poder de convencimiento, de hacer que cada voluntario dé lo mejor que pueda, de acuerdo con su profesión, su tiempo, sus condiciones de vida. Tengo claro que no todos pueden hacer la cantidad de cosas que yo hago. Lo que menos recibo es ayuda económica, pero sí mucho voluntariado con transporte, donaciones, compra de comida y cuidado de las crías», afirma.
Casi toda esa red de apoyo la conforman señoras mayores o, como las llama Elizabeth, «mis viejucas gateras, esas que no pueden ni con su alma, que tienen sus casas llenas de animales y que pasan mil necesidades. Me dicen que cuando sea mayor seré como ellas y yo les doy la razón». El otro por ciento lo ponen amigos que, como ella, adoran a los animales, y vecinos que cuando tienen tiempo libre se acercan y aportan sin que nadie les pague un centavo.
Con solo 24 años y sin dejar su trabajo como rehabilitadora en un policlínico, suele no perderse una fiesta, casi siempre electrónica porque es «medio friki». Es amante de las comedias teatrales, las novelas coreanas y las ferias de artesanía. Alega que merece salir: «Ahora no lo hago mucho por el COVID, pero espero poder retomarlo».
Ha lucido el cabello de todos los colores: desde tonos oscuros de negro, castaño, rubio, blanco, rojo o rosado, hasta magentas, amarillos, naranjas, violetas, verdes, azules o grises. Pero rara vez ha ido con una peluquera. «Yo misma me he inventado tonalidades y combinaciones de fantasía en el pelo porque me gusta crear. Si no fuera porque ahora los tintes y otros materiales no están disponibles, me lo seguiría haciendo yo misma».
Elizabeth admite que es desorganizada para los asuntos personales, a la vez que es todo lo contrario cuando de los animales se trata: puntual, rigurosa, con buena memoria para cifras, fechas, nombres, ubicaciones. «Sé dónde está cada uno de mis rescatados porque los entregamos en adopción responsable y les hacemos seguimiento. Algunos provienen de dueños que no tienen recursos para atenderlos».
Al principio, Elizabeth no le dio demasiada importancia a las esterilizaciones y las programaba esporádicamente. Pero al tener un proyecto autofinanciado entendió que llevarlas a cabo es fundamental. Solo en el segundo semestre de 2020 Adopciones por Amor realizó 1080 esterilizaciones. «Y eso, en plena situación de COVID, te podrás imaginar que antes pudo haber sido el doble».
Lo peor que le ha pasado como voluntaria ha sido asistir a la muerte de muchos rescatados, sobre todo de crías muy pequeñas. «Duele ver animales que ya no tienen salvación, a pesar de que uno hizo de todo por ellos». Sin embargo, ya no llora igual que antes. A veces los nuevos conocidos se asombran de cómo lo toma; ella explica que «uno se fortalece».
En los comienzos se alteraba mucho cuando notaba que no daba abasto, quería hacer más pero se escapaba de sus manos. «Fue duro, chocante, frustrante». La perturbaba la escasez económica o que otras personas no tuvieran el nivel de compromiso de ella. Ahora Elizabeth lidia mejor con esas realidades que no desaparecen por más que lo desee. «Cuando me siento derrotada hoy, lo hablo con algún amigo cercano y me obligo a dormir».
No obstante, no logra deshacerse del cargo de conciencia que le provoca no poder ayudarlos a todos. Ha aprendido que es fácil y rápido hacerles daño pero cuesta el triple lograr que se recuperen. «Se convierten en unos malcriados, acomodados y gozadores nada más que los acoges porque se apoderan de tu hogar; y a la vez son los más agradecidos».
Para ella es una suerte contar con un grupo pequeño, pero intenso, «de personas con diferentes profesiones, personalidades, religiones, ideologías y muy parecidos en la hiperactividad, la valentía y la perseverancia con que se dedican a la protección animal. Somos muy honestos y ante cualquier duda o preocupación, hablamos».
Nunca ha faltado a un compromiso de trabajo por ser protectora de animales. Desde que la pandemia de COVID-19 llegó a Cuba, Elizabeth ha pesquisado y se desempeñó como voluntaria en un centro de aislamiento, «aunque sabía que iba a estar un mes fuera de la casa, expuesta al peligro y dejando a mis animales a cargo de mi familia».
En el plano personal, por otro lado, sí la ha afectado esta labor. Se ha dado cuenta de que no puede imponer su forma de pensar y sus costumbres a su pareja, sus padres o los propios animales. «Limito las edades en las que acojo a los gaticos para que no dependan todo el tiempo de mí».
Por las referencias internacionales que tiene, calcula que el Decreto-Ley de Bienestar Animal, aprobado el pasado 26 de febrero y que entrará en vigor el próximo 10 de julio, demorará en lograr cambios reales en la sociedad, pero servirá para tener al menos un ABC: «Va a crear las bases para fomentar la educación y el deber ciudadano en torno al bienestar animal».
Experta en estas lides, Elizabeth opina que «ese documento no va a ser suficiente porque para protegerlos hace falta transformar la mente humana. La idiosincrasia del cubano se ha distanciado mucho de estimular su cuidado. No se ha hecho ni siquiera una campaña publicitaria a favor de la tenencia responsable de gatos y perros».
A la vez que los pasos de la oficialidad en lo que al bienestar animal se refiere han sido tibios y demorados, las organizaciones no gubernamentales que tienen ese mismo fin han perfeccionado sus formas de trabajo y estimulado el respeto entre ellas. «Es muy importante que aceptemos el modo de hacer de otros compañeros y entre todos nos ayudemos siempre», considera Elizabeth.
El acceso a Internet a través de los datos móviles ha sido vital para mejorar la labor de los protectores. En palabras de Elizabeth, «el 90 % de las adopciones y el 100 % de la promoción de eventos se difunden a través de las redes sociales. Sin ellas, nuestro alcance se limitaría a la comunidad. Han sido el motor impulsor de la organización del grupo y la difusión de información: los hogares temporales, el transporte, los rescates, las adopciones, la parte creativa de los eventos».
Si Elizabeth asegura que no dejará de recoger cuanto gato se encuentre en una esquina, es porque la impulsa ver cómo avanzan los animales y cómo se multiplica la cantidad de personas que han adoptado más de una vez y que defienden a sus gatos «a capa y espada delante de quien sea. Cuando un adoptante te manda una foto de un michi –como digo yo– viviendo la vida, uno sabe que el sacrificio ha valido la pena».